Imagen de los trabajadores de seguridad de la térmica de La Robla. J.G

El último guerrero de la térmica de La Robla

Javier González, junto con sus cuatro compañeros, entregarán las llaves el 31 de julio y ficharán por última vez tras 34 años de turnos

Miércoles, 17 de julio 2024, 08:14

Años de dedicación e historias de vida que dan el último adiós a lo que ha sido parte de sus recuerdos. Javier González es uno de los últimos trabajadores dedicados a la seguridad que aún se mantenía en activo en la empresa.

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La térmica de La Robla anunció su cierre el pasado mes de diciembre de 2019 tras una inversión millonaria de la compañía Naturgy en León. Una decisión argumentada en la pérdida de ingresos y el aumento de los costes que dejaron a decenas de trabajadores en la calle.

González llegó a la empresa en noviembre de 1991 tras trabajar en la M7 de Ponferrada y trotar por el mundo durante varios años y acabó aterrizando en un lugar que marcaría su vida para siempre. Su entrada al puesto fue algo «desconcertante», debido a que se trataba de asumir grandes responsabilidades y contaba con inspecciones que le hacían sentir en un lugar serio. Su puesto en seguridad privada estaba acompañado de 12 compañeros más. Grandes amistades que se fueron forjando con el paso de los años y con los que él mismo confiesa haber creado grandes lazos.

El comienzo del fin

Su función era clara y medida. Control de material y de acceso donde no todos se tomaban bien su función. «Es una profesión con la que yo estaba muy agusto pero con la que sí que es verdad que tenía mis choques», asegura. Poner límites al personal bajo órdenes de sus compañeros supuso en ciertas ocasiones momentos de conflicto que se acabaron solventando.

Durante 34 años la vida de González parecía no cambiar su rumbo debido a que veía una empresa con «gran potencial» y mucho movimiento. Pero las malas noticias comenzaron por ser rumores hasta acabar convirtiéndose en una realidad.

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El comienzo de despidos llegó tras el anuncio de la compañía de su cierre en la localidad de La Robla y los pasos hacia el desmantelamiento empezaron a ser visibles, el más importante la demolición de la caldera térmica, una estructura de 83 metros de altura y más de 9.000 toneladas.

Una pesadilla convertida en realidad

«Nunca pensé que yo vería esto demolido y que esto fuera a pasar», lamenta el leonés que con melancolía aún no se explica cómo ha ocurrido todo. Con media vida en el interior de las instalaciones, los últimos años fueron «muy duros» tras observar el declive de la empresa.

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Compañeros de toda la vida fueron dejando sus puestos de trabajo, la mayoría de ellos por su jubilación. «Salían unos y entraban otros, pero ya no era lo mismo», indica. Una situación con la que convivió y aceptó en todo momento debido a que la vida laboral «es así».

La labor de seguridad se complica al no ser «visible». Una actividad que, a pesar de las críticas, es esencial para actividades como esta que requieren de seguridad y controles. «La pesadilla comenzaba a ser cada día más real», confiesa González tras recordar el avance con rapidez del cierre de la empresa que comenzó hace tres años.

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El último día

«Lo llevo mal porque aún no me creo esta nueva realidad», indica. Sus turnos pasaron de contar con varios compañeros a solventar las situaciones solo.

Sus llaves cerrarán por última vez un pasado que ahora le toca dejar atrás. «Llega la hora del descanso de los guerreros», lamenta. Largos turnos, muchas horas, días sin poder compartir festejos en familia pero una elección que él mismo eligió.

A pocos años del final de su vida activa laboral la ilusión ha pasado a un segundo plano para él. «No me importaría trabajar hasta que la ley me lo permitiese», asegura. Un paro adelantado en el que «toca descansar que el cuerpo lo pide.» El 31 de julio finalizará el servicio de seguridad en la central térmica de La Robla. La entrega de sus llaves y el último fichaje de turno marcará el fin de una etapa muy especial para Gonzalez.

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Compañeros que separan sus caminos, y que comienzan una nueva vida, dejando atrás el recuerdo de las últimas instalaciones en pie entre todas las cenizas.

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