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De repente, en un valle en altitud, se abre una masa de agua que con su quietud llama la atención. Esa calma, esa tranquilidad, es lo que hace atractivo al lago de Isoba, uno de los grandes elementos del patrimonio natural del macizo del Mampodre.
Unos seis kilómetros al norte de Puebla de Lillo, antes de llegar a la estación invernal de San Isidro, aparece, a escasos metros de la carretera, este lago. De origen glaciar, a los pies de la peña San Justo, es un epicentro de distintas rutas de senderismo que pueden conducir al propio pueblo de Isoba, a Cofiñal o a Puebla de Lillo.
Este lago destaca por su escasa profundidad, apenas unos centímetros, lo que permite que surge vida animal y vegetal, dando esta última la tonalidad verde a sus aguas.
Entre desfiladeros y grandes paredes de piedra, surge un sendero que conduce hasta Cofiñal, una ruta tranquila, de escasa dificultad y que ofrece distintos escenarios como un pequeño hayedo, pedregales o zonas de matorrales.
La pendiente hace más duro el camino, sí, pero las vistas merecen la pena en áreas donde, con ayuda de prismáticos, se pueden divisar algunas de las especies animales que se cobijan en este macizo del Mampodre como nutrias en las zonas acuáticas, o rebecos o cabras montesas en los peñascos.
No sólo eso, si no que un chozo restaurado, a escasos metros del Lago de Isoba, que es la cabaña más antigua de este tipo restaurada en la cordillera Cantábrica, permite conocer cómo era la vida pastoril en estas comarcas décadas atrás.
Esta edificación puede ser utilizada como punto de referencia, de inicio y de final de esta ruta de unos 10 kilómetros, si se desea llegar a Cofiñal, y lineal – cinco kilómetros de ida y otros tantos de vuelta – para conocer el Macizo del Mampodre desde uno de sus accidentes geográficos más peculiares... y con leyenda.
Existe una historia, data en el siglo X, en la que se cuenta que el moro Almanzor, califa de Córdoba y realmente temido por los cristianos, quiso sembrar más el pánico. ¿Cómo? Muchos peregrinos que caminaban hacia Santiago de Compostela utilizaban rutas más recónditas, como la que surca el macizo del Mampodre y pasaba junto al lago de Isoba.
La leyenda cuenta que uno de esos peregrinos llegó muy fatigado, hambriento y sediento a la localidad de Isoba – último pueblo de León -, donde llamó puerta por puerta, sin encontrar ningún alma caritativa.
Tan sólo dos personas le prestaron socorro: el cura y una mujer conocida como la 'pecadora', que se decía que era la madre soltera del cura.
A la mañana siguiente, cuando el peregrino retomó su camino a Santiago, exclamó: «¡Hundáse Isoba, menos la casa del cura y de la pecadora!». En ese momento, una gran corriente de agua bajó desde las montañas e inundó el pueblo, salvó esas dos viviendas, leyenda que explica el origen de este Lago de Isoba.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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