El padre marista Daniel Fernández abre la puerta del albergue de la Santa Cruz, justamente en el centro del Camino de Santiago francés. Ofrece al peregrino agua, pastas y algo que les hidrate tras una larga etapa. «Los recibimos acogiéndolos personalmente, individualmente, aunque vengan en ... grupo», sostiene. En este centro, la hospitalidad está enfocada, como no podía ser de otra forma, hacia el caminante, «no tanto hacia otro tipo de intereses, sino centrada en la persona».
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A su juicio, el Camino tiene «muchos» significados, pero «ante todo es una peregrinación». «Es una persona que se pone en movimiento y deja todo buscando algo», incide. Desde el punto de vista religioso, su comunidad se muestra «cada vez más convencida» de que hoy la ruta jacobea es un «instrumento para encontrarse con las personas y un espacio de búsqueda de algo distinto».
Al final y al cabo, remata, siempre existe «mucha satisfacción cuando se hace el Camino, por distintos motivos, hasta el punto de dejarlo todo durante dos o cuatro semanas para buscar en lo esencial lo que le llama a cada uno».
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