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Que la ruta del Cares es la senda más transitada y alabada de Europa, no es ningún dato nuevo: cualquier amante de la montaña es conocedor de la popularidad y belleza de este intrincado camino leonés que se abre en Caín y tiene su punto de destino en la localidad asturiana de Poncebos. Una ruta enclavada en una profunda garganta excavada por el río Cares, en el corazón mismo del Parque Nacional de los Picos de Europa.
Sin embargo, hay mucha historia detrás de esta ruta. Muchos nombres, muchos esfuerzos, mucha vida y muchas hazañas heroicas, enterradas por el progreso y el flagrante olvido, escondidas en su trazado lleno de ecos, roca caliza y ruido de agua.
Conviene recordar que fue gracias a todo ello, que esta ruta cobró vida y popularidad turística: por las gentes de sus pueblos, por las cabras, la trashumancia y los quesos; por la necesidad, la tradición y el amor de sus habitantes a este trozo de Tierra es por lo que, hoy, cualquiera puede recorrer la ruta del Cares con enorme facilidad y gran deleite.
A cambio de estas aparentes incomodidades, obtendremos otros beneficios, ya que lejos del enorme trajín de personas que se suele encontrar en los meses estivales, hoy reina el silencio absoluto: ese tipo de silencio agradable formado por ruidos naturales de agua, trinos, viento y hojas de árboles bailando.
Si esto fuera una descripción de ruta al uso, habríamos de comenzar diciendo que la ruta va desde Poncebos a Caín (o desde Caín hasta Poncebos) en un tramo de 13 kilómetros de sendero que discurre a media altura por un agreste desfiladero, entre enormes paredes verticales de caliza gris y atravesando peligrosos precipicios. Diríamos también que a este lugar se le conoce como 'La Garganta Divina', que divide el Macizo Occidental y Central, y que es una ruta completamente accesible, muy fácil, indicada para todo tipo de senderistas. Y no mentiríamos.
Pero, como estas letras pretenden acercarnos a otra perspectiva de la ruta del Cares, a esta descripción general le vamos a añadir un dato que hace que cambien un poco las perspectivas (interiores) a la hora de comenzar a andar: antes de que existiera el camino que hoy vamos a recorrer, mucho antes –incluso- de que se descubriera América, ya era recorrido por los pastores y los habitantes de estos pueblos, obligados a cruzar y trazar caminos en sus intrincados riscos para ganarse el pan, con trashumancia, esfuerzo y un valor y arrojo digno de héroes de leyenda.
Y aunque esta enorme y preciosa garganta fue recorrida por muchos y ya era una ruta para atajar distancias desde los tiempos de la prehistoria misma, la ruta del Cares que hoy pisamos y que más de 300.000 personas recorren cada año tuvo su germen hace más de un siglo, en 1916, y con un fin muy distinto al del senderismo: se fraguó en 1912 por la empresa Viesgo, creada seis años atrás, con la intención de acarrear agua desde Caín (en la vecina León) hasta Camarmeña.
La idea original era horadar la margen izquierda del Cares para conducir las aguas a través de un túnel de once kilómetros de longitud, pero ese proyecto fue desechado ante los insalvables impedimentos técnicos. Se sustituyó por el que definitivamente se llevo a cabo: un canal compuesto por más de 70 túneles perforados a base de maza y punterola que llegan hasta Poncebos, donde se aprovecha la caída de ese agua transportado para transformarla en energía eléctrica.
La construcción de este canal fue una tarea absolutamente titánica y prácticamente artesanal, casi imposible de imaginar para los tiempos y los medios actuales. Y, aunque antes de este trazado aquí ya hubiera muchos otros, más antiguos, más largos y mucho más peligrosos, el aprovechamiento del agua de los ríos fue el inicio de la ruta del Cares tal y como la conocemos hoy.
Para terminar la obra de este canal de agua hicieron falta seis años enteros y el trabajo de 500 personas (vecinos de estas montañas y también forasteros, llegados desde Galicia y Portugal). Todos ellos se ocuparon a destajo y en condiciones muy difíciles, con maza, punteros y disparos de mecha, durmiendo en las cuevas, en los túneles y en barracones imposibles, transportando materiales en barcazas a través del propio canal o con la ayuda de caballerías, grabando en piedra un sendero que antes eran saltos entre rocas, pasos imposibles y desafiantes escaladas solo igualadas por las cabras que cuidaban aquellos que recorrían, hacía ya muchos siglos, este paisaje desafiante. De la peligrosidad de los trabajos dan fe los 11 fallecidos en la obra, algunos despeñados y otros alcanzados por derrumbes de rocas.
Las anécdotas se acumulan en esta obra de ingeniería homérica. Por ejemplo, aquella que narra la hazaña de 400 obreros, aislados durante días en Caín por una enorme nevada, que se quedaron sin provisiones y decidieron echarse a la montaña (a la verticalidad de la roca, en este caso) para tratar de alcanzar los Collaos, ya muy cerca de Poncebos, donde existían barracones con alimentos.
Partieron de noche aún, iluminados con candiles y guiados por vecinos de la zona, y en medio de su epopeya una enorme avalancha de nieve les sorprendió, complicando aún más su paso y avivando sus miedos, pero sin conseguir detenerles en la búsqueda, victoriosa y sin víctimas, de provisiones en los Collaos.
Sobre esta misma obra del Canal cabe destacar también que, antes de su construcción y puesta en marcha, existía en esta garganta el mayor bosque de nogales de Europa, que se extendía por toda la vertiente occidental de Picos y descendía por la canal de Trea (a la que se accede por un desvío en esta misma ruta y asciende, vertiginosa -1.100 metros de desnivel en apenas dos kilómetros- hacia el refugio de la vega de Ario) hasta la orilla misma del Cares. Fue, precisamente, la puesta en marcha del canal de agua lo que exterminó aquella masa arbórea, que se taló y se lanzó por el río aprovechando el curso trazado, para llevar, flotando y arrastrada por la corriente, la madera a los pueblos.
La obra del Canal concluyó a finales de mayo del año 1921, con un recorrido de 9.471 metros, de los que más de 5.500 eran túneles. Una obra increíblemente compleja que, sólo un mes más tarde, ya producía electricidad y proporcionaba agua de forma eficiente.
Para el mantenimiento adecuado de esta compleja obra de ingeniería, entre 1927 y 1931 se construyó la antigua senda paralela al canal, aún visible, con fuertes desniveles y muy peligrosa. A través de ella los habitantes de Caín se desplazaban a los mercados de Arenas y Carreña a vender sus productos artesanos, queso y patatas principalmente. El recorrido les llevaba ocho horas hasta Poncebos. Y eso cuando no estaba cortada por aludes o desprendimientos que, además de impedir el paso de personas, creaban atascos y reducciones en el cauce que obligaron a buscar soluciones más prácticas.
Así es como el año 1945 surge el planteamiento de desarrollar otra senda adyacente al canal. Es el camino en su actual trazado: de 1,5 metros de anchura, con muy pocos desniveles, bordeando acantilados y a la sombra de los enormes farallones de roca que son los pies mismos de los más altos picos de esta cordillera mágica.
Esta obra tampoco fue fácil. En los primeros siete kilómetros, desde Caín, los trabajos se realizaron con pico, pala y dinamita. A los obreros se les amarraban con cuerdas y eran descolgados para poner las cargas. Tras la explosión volvían a ser izados.
En definitiva, la ruta del Cares que hoy conocemos, tan popular y caminada por tantísima gente, tuvo su origen en la necesidad, en el aprovechamiento eficiente de los recursos y en el mantenimiento de una obra heroica, el Canal del Cares, que cambió para siempre la forma de vida de los habitantes de los altos pueblos que recorre.
Y nunca hubiera sido posible recorrerla así, por un cómodo camino sin obstáculos ni desniveles, de no ser por el empeño, la fuerza, el valor y la audacia de los hombres y mujeres que la habitaron, la recorrieron y la esculpieron mucho antes de que llevara el nombre de ruta del Cares y de que el senderismo fuera una afición lúdica.
Tal vez, si se colocasen en la ruta del Cares unos paneles informativos, bien grandes y visibles, contando la historia hecha de historias que configuró el trazado de esta ruta, las cientos de miles de personas que la recorren cada año tendrían en cuenta (y harían justicia con el recuerdo extendido) las gestas humanas e ingenieras que hicieron que naciera y que se pueda recorrer sin esfuerzos esta mítica senda, enclavada en una Garganta Divina, única y espectacular.
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