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En el centro del pueblo nada hacía presagiar lo que estaba a pocos minutos de ocurrir. Tranquilidad absoluta, normalidad típica de un viernes de mercado. Los puestos recibían el ir y venir de los vecinos, algunos cayendo en el chollo del día y otros simplemente paseando.
La Plaza del Ayuntamiento vivía ajena a lo que iba a pasar a pocos metros, donde la imagen icónica de la localidad iba a quedar reducida a polvo con la voladura de las dos torres de la térmica de La Robla.
En el centro del pueblo nada hacía presagiar lo que estaba a pocos minutos de ocurrir. Tranquilidad absoluta, normalidad típica de un viernes de mercado. Los puestos recibían el ir y venir de los vecinos, algunos cayendo en el chollo del día y otros simplemente paseando.
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La Plaza del Ayuntamiento vivía ajena a lo que iba a pasar a pocos metros, donde la imagen icónica de la localidad iba a quedar reducida a polvo con la voladura de las dos torres de la térmica de La Robla.
Eva y Olvido conversaban con otra pareja en un banco. Una iba a acudir al momento histórico que estaba a punto de acontecer, otra se resistía. «Da pena porque era una industria de toda la vida, daba vida al pueblo y ahora se acaba». «Es una pena todo lo que ha pasado: la cementera, las minas y la térmica; solo queda el cemento».
Y es que en La Robla casi todos conocen a alguien que en su día trabajó en esta central, lo que ahonda aún un poco más en la pena. El padre de Eva había trabajado en la térmica y ella misma, en su vida de estudiante, pudo visitarla. Olvido también recuerda cómo su marido era soldador y trabajó en la construcción de la estructura.
«Da pena porque muchos tenemos familiares relacionados con La Robla, que han trabajado en centrales, y ahora ver el pueblo que va quedando vacío y apagado da pena», afirma David, que ha llegado desde León para asistir a la demolición. «Están yendo demasiado rápido con el tema del medio ambiente y tomando decisiones bruscas, están dejando los sitios alejados de las ciudades vacíos», analiza el universitario, estudiante de Ingeniería Informática.
Aurora, que aún recordaba cuando ni existía la central, se mostraba apesadumbrada ante la explosión. «¿Tú sabes la cantidad de puestos de trabajo que daba eso? De haberla a que no la haya, hay mucha diferencia. Pero bueno, a todo se acostumbra uno».
La resignación de los vecinos contrastaba con el enfado de otros, procedentes incluso de otras cuencas mineras, y que ven como una y otra vez se repite la historia. Epi acude los viernes al mercado con su puesto de embutidos. Llega desde Boñar, otra zona afectada por el desmantelamiento de la minería. «Lo único que quieren es que nos marchemos todos de los pueblos y esta es una manera de hacerlo. Quitan puestos de trabajo para que la gente no tenga forma de vivir y nos vayamos a las ciudades». Él ha vivido también unos años de promesas incumplidas en las cuencas de la Montaña Oriental y por ello lamenta que los jóvenes no estén en pie de guerra. «No dicen nada, ni en redes ni en ningún sitio contra el desmantelamiento. No hay movimiento ni crítica de la gente en general».
Antonio también rechaza la voladura porque está convencido de que «en un futuro tendremos que volver a echar mano del carbón» y la central ya no estará. «Yo estuve trabajando ahí cuando hicieron las torres esas y que quieres que te diga, da pena porque cuanto más se destruya, menos gente quedará aquí y se tendrán que ir».
Y un sentimiento parecido le genera a Paco, quien insiste en la calidad de la antracita de las montañas de La Robla o Villablino y la necesidad de volver al carbón, analizando la situación geopolítica que atraviesa el mundo con los conflictos con Argelia o Rusia. «En La Robla vamos a acabar como en Gaza, más o menos. Esto ya casi es el desierto, esto es el Sahara», insiste en su análisis internacional.
Pocos se quisieron perder la voladura a la una de la tarde, a pesar de lo duro que iba a sonar en sus corazones el impacto de una explosión que ya es historia del valle.
Gustavo, desde su puesto de venta de zapatillas, recuerda que «desde pequeñín» la collada que lleva de su pueblo a La Robla le recibía con la imagen de la térmica, y lamentaba la decadencia del pueblo, de la provincia y del país porque «lo que mueve todo es la gente de los pueblos, y si la gente de aquí se acaba, se acaba todo».
Quien ya empieza a notar el declive de la comarca, «desde hace algunos años», es Mari Carmen, que regenta un bar en la plaza. «La gente se tiene que ir de aquí y se queda el pueblo que da penita; estudiantes no va a quedar ninguno y se van a León, y el pueblo baja cada vez más». Ahora, con la explosión, donde antes hubo una fábrica que producía riqueza, solo quedará «un agujerito y no sabemos cómo lo vamos a llevar», aunque se resignaba: «La vida es así, los políticos lo deciden así y así lo tenemos que llevar».
La jornada transcurrió con aparente normalidad a La Robla, asumiendo el destino marcado años atrás y valorando la voladura de su térmica como un paso más hacia el fin de una industria que décadas atrás hizo de esta cuenca un lugar de riqueza en la provincia.
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Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
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