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Las calles de la localidad son el escenario de una película postapocalíptica. Los columpios están vacíos y casi sin estrenar, apenas un par de coches aparcados en medio de alguna vía y persianas cerradas. Es nuestra presencia la que saca a la puerta a algún vecino curioso que nos observa como el que sospecha de alguien que no está en el lugar esperado.
Llegamos a la plaza del pueblo. Un gato sobre un contenedor nos da la bienvenida. Nadie más aparece en la redonda. Cinco banderas, entre las que se encuentra la del pueblo desgastada, apenas se mueven en una mañana gris.
La cita con el alcalde de Escobar de Campos era en el propio ayuntamiento. En su interior, el vestíbulo distribuye a dos despachos, los baños y un salón que permanecen con la puerta cerrada. En Secretaría se acumulan sobres sin abrir sobre la mesa; en Alcaldía, junto a un despacho vacío está la cabina electoral, aún con las papeletas de las Europeas.
El ruido llega desde la puerta que permanece cerrada, la del salón. Al otro lado hay cuatro personas y una más tras la barra, a quien preguntamos por el alcalde. «El alcalde es con quien estás hablando», responde haciendo las veces de camarero. La ausencia de la persona que ocupa el puesto le ha llevado a servir los cafés de la mañana a una quinta parte de los censados y que habitan en el municipio más despoblado de la provincia de León.
Escobar de Campos suma 33 habitantes, de los que apenas 17 viven en las nueve casas que siguen abiertas este invierno. Javier Vega es el alcalde, el camarero, el recadero y lo que haga falta en este ayuntamiento de un único pueblo.
Su día a día, asegura, es como el del resto de sus vecinos: «Me levanto, desayuno, vengo al pueblo a tomarme el cafetillo y charlo con los cuatro que quedamos. Hay que hacer tiempo para ir pasando la mañana», explica. Él vive en Villada, una localidad a nueve kilómetros, ya en la provincia de Palencia, de donde es su mujer.
Confiesa que por la casa del pueblo «muy poca gente viene», por lo que nosotros somos hoy la novedad. Entre cafés y algún chupito pasa la jornada. «Por aquí, por no venir, no viene ni la secretaria», tal y como atestiguamos anteriormente al abrir su despacho. Aunque, eso sí, afirma que si la necesitan para algo «está a disposición del público».
El bar es el centro sociocultural de Escobar. En este salón, de amplias dimensiones, entraría todo el pueblo unas cuantas veces. En su «punto de reunión» se despachan los asuntos realmente importantes, luego están los asuntos formales que los tres concejales debaten en el despacho.
Javier Vega llegó a la Alcaldía debido a una desgracia como fue el repentino fallecimiento de su antecesor. Esto ocurriría en 2023, año electoral. «Alguien se tenía que poner porque preferimos vivir nosotros y ser ayuntamiento, defendernos nosotros mismos». No ganó las elecciones, empató a 16 votos con los independientes y la moneda al aire le entregó el bastón de mando.
Desde ese momento, todos los recuerdos que tiene son buenos. «Aquí no tenemos problemas de nada. Si hay que echar un mano, están dispuestos a colaborar». Le pedimos un ejercicio de memoria, nos reconoce que no será demasiado complicado, y nos recita el nombre de todos y cada uno de los moradores de Escobar: «Justo y Rosi; Luis y Conchi; Maura; Aurelio y José; Tomás y Matías; Donato -que es su hermano-; Germiniano y Consolita; José Luis, Eugenio y Mercedes; Ramón y Virtudes». Off the record, uno de los parroquianos nos confiese que ahí está el problema del pueblo: «No tenemos casi mujeres y todos somos mayores de 70 años salvo uno».
El amor al arte, y a su pueblo, es lo que ha llevado al alcalde a tratar de sostener la identidad del municipio. Como regidor solo tiene gastos, entre viajes y desplazamientos y comidas, nada más. Además está «las 24 horas» a disposición de sus vecinos. «Todos tienen mi teléfono y me pueden llamar ante cualquier imprevisto», que no suele haber.
Aprovechando nuestra visita, regresan a la iglesia que lleva cerrada una década por riesgo de derrumbe de la torre. Nos muestra orgulloso, junto con su teniente alcalde Aurelio Garrán, el patrimonio que aún sobrevive al abandono; también nos lleva a la capilla, a través de un camino sin asfaltar, y nos llama la atención sobre una placa franquista que aún reposa en la trasera. «Esto sigue aquí porque no saben ni que está». Avanzamos por una calle que parece la principal y que asoma a otra plaza en la que hay un columpio que lleva tiempo sin usarse. Los niños por allí solo aparecen en verano.
Ideas hay muchas para el pueblo, pero fondos casi ninguno. Dependen de los planes de la Diputación de León ya que tan solo generan 800 euros de unas tierras que tienen arrendadas. Con ese presupuestos han cerrado la pista de pádel y hecho un camino al cementerio. Y en su preocupación está la iglesia a la que nadie atiende a pesar del riesgo que supone para la localidad.
Nos invita a acudir al homenaje a «los cuatro veraneantes» que hacen en las calles del pueblo el 8 de septiembre y al día grande del 23 de noviembre. «Se pasa un fin de semana agradable para los jóvenes, que son los que disfrutan».
Y ya mira al horizonte de 2027, cuando regresen las elecciones, con algún habitante menos seguramente. Está dispuesto a presentarse «si no hay alternativa» y con el único objetivo de seguir luchando para que el pueblo en el que nació y se crió «siga siendo Escobar» y no quede integrado en otro municipio.
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