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«No hay osos donde no los haya habido antes en la Península. En las zonas en donde se expande hay tradición de levantar cortines y alvarizas (construcciones circulares de piedra para proteger las colmenas de los ataques del oso) antiguos, y eso evidencia ... que el oso ya estaba allí hace siglos y que el hombre agudizaba el ingenio y se esforzaba para proteger sus alimentos de él». Así se expresa el presidente de la Fundación Oso Pardo, Guillermo Palomero, cuyo amplio equipo de colaboradores está observando tanto la consolidación de la recuperación de las poblaciones asturianas de oso pardo como la expansión de la especie hacia el sur, «por O Courel, en Galicia –al este de Lugo y Ourense– siguiendo la sierra de La Cabrera entre León y Zamora e incluso hemos visto que algún oso ya ha entrado en los montes cercanos a Zamora de Portugal».
Por el otro lado, al este de Asturias, las poblaciones oseras también se van adentrando hacia sus antiguos dominios. En Cantabria «ya ha habido algún oso que ha superado la A-67», la autovía que une Santander con la Meseta, y comienzan «a verse en la zona del monte Hijedo (zona oriental de la montaña cántabra y norte de Burgos), e incluso hay indicios de que pueden haber llegado ya al País Vasco, aunque eso lo tenemos menos estudiado». De momento, lo que le preocupa a la fundación en esa zona «es constatar cómo y por dónde han superado la barrera que supone la A-67. Creemos que por los pasos inferiores, pero hay que comprobar que no invadan la caja de la autopista», lo que generaría situaciones de alto riesgo.
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El paso del oso al este de la A-67 se produce sin que, por el momento, se haya asentado población osera en la zona de la otra gran barrera norte-sur, la A-66. «Hay mucho sitio para que el oso crezca en población todavía en Asturias. Todo el corredor central, por ejemplo, carece de población osera asentada», explica Palomero, aunque avistamientos sí se dan, y no son pocos los vecinos de Lena, Aller y Caso que consideran que en breve «habrá osas residentes».
Porque los que más se mueven son los machos, y en especial los jóvenes. Los subadultos de entre tres y cinco años son lo que los científicos califican como «'osos embajadores', que se adentran en terrenos nuevos porque los adultos les echan de los suyos de origen». Son estos los que avanzan, los que van recuperando territorios de monte y valles altos (una de las claves de que en España los ataques a humanos sean excepcionales es que las zonas de asentamiento permanente de la población osera son las zonas con vegetación más altas de la cordillera y los bosques, que avanzan especialmente donde se ha abandonado la actividad agroganadera), mientras que las hembras reproductoras tienden a quedarse en el valle en que nacieron o a lo sumo moverse al colindante.
Son ellas, precisamente, las que en época de celo generan que «haya acumulaciones de osos machos en uno u otro valle», explica Palomero, en una idea ratificada por el investigador del CSIC y el UMIB del a Universidad de Oviedo Vincenzo Penteriani. Son momentos de primavera en los que «dos o cuatro hembras en celo en un valle pueden generar la presencia de diez o quince machos que luego se irán a sus zonas habituales, a cincuenta o hasta a cien kilómetros». Los osos pierden parte de su recelo habitual en ese momento (cinco de los nueve ataques registrados en España desde 1999 tuvieron lugar en primavera, cuatro de ellos a causa de un encuentro súbito con un macho, y uno por un encuentro súbito con una hembra que no estaba en celo, pero que tenía crías, el motivo más habitual de ataque –el 47% de los casos– de los ataques a humanos en todo el mundo).
El oso se expande. Y lo hace en buena medida por estar protegido por las leyes, sí, pero también por la creciente falta de una competencia directa de los humanos en el aprovechamiento del territorio rural. La España vaciada nunca queda vacía. La fauna y la flora la retoman, y hay que saber equilibrar el fenómeno.
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