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ÁLVARO MACHÍN
SANTANDER.
Domingo, 27 de octubre 2019, 10:05
El hallazgo cerró una búsqueda de 74 años. Pero faltaba cerrar la historia. Los restos de Eloy Campillo, guarda en Picos y alcalde de barrio en Sotres (Asturias) desaparecido en 1945, aparecieron en La Topinoria, una torca entre riscos en terrenos de Cillorigo de ... Liébana. Una sima con 180 metros de profundidad. Los espeleólogos que catalogaban el hueco se toparon por casualidad con los huesos y el ADN hizo el resto para determinar que eran los del hombre al que los maquis subieron al monte señalado como delator de una emboscada que les tendió la Guardia Civil el 22 de abril de 1945. Desde ese momento, la familia de Campillo llamó a todas las puertas posibles para poder exhumar lo que quedara en la sima en base a la Ley de Memoria Histórica. Con los permisos en la mano, ayer pudieron hacerlo. Por la mañana apareció el casquillo de la bala que, casi con toda certeza, acabó con su vida. Lo encontraron junto al acceso a la sima gracias a un detector de metales. Según avanzó el día, fueron apareciendo los restos. Los expertos dicen que encontraron un 90%. «Estamos muy sastisfechos con lo que ha pasado hoy aquí».
Más de veinte personas participaron en el operativo. Se organizaron para subir a la zona en tres vehículos y en torno a la sima se cerró un perímetro de seguridad. Ya la semana pasada dejaron todo preparado. Allí estaban ayer, entre otros, José Manuel Fernández y José Rodríguez, nietos de Eloy, o los especialistas en medicina legal y forense Fernando Serrulla y Francisco Etxeberria. Los expertos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, del Greim, los voluntarios de la Agrupación de Espeleología Ramaliega... Cada uno, con su tarea. Y también el investigador Antonio Brevers, una figura clave en todo el proceso porque él fue desgranando el rompecabezas histórico de lo sucedido -además de ser el coordinador general del operativo-. Él se reunió, de hecho, con el vicepresidente del Gobierno de Cantabria, Pablo Zuloaga, y la directora general de Memoria Histórica, Zoraida Hijosa, para tratar de agilizar los trámites. Ambos, por cierto, estuvieron ayer.
«Todo salió según lo previsto», explicaron a este periódico al final del día. Lo contaban, tras dar por concluido el operativo, desde la misma casa de la que se llevaron al pedáneo para no volver hace más de siete décadas. En Sotres. Y allí estaba su hija Mercedes. Esperando unas noticias que le explicaron mediante una pizarra por su sordera.
Cuatro personas accedieron a la sima. Los restos aparecieron repartidos entre una repisa situada a 130 metros de profundidad y el fondo, a 180. El cuerpo debió caer en ese punto intermedio y, con el paso de los años y sus efectos, pudo ir hacia abajo. Recogieron todos los huesos y empezaron una labor de documentación que será relevante para lo que viene a continuación. Todo lo recopilado viajará ahora hasta la sede de la Sociedad de Ciencias Aranzadi donde continuarán los estudios. El objetivo era, obviamente, recuperar los restos, pero también reconstruir -en lo posible- la historia. En ese sentido, todos destacan el valor del hallazgo del casquillo de la bala.
Y toda esa labor científica forense se debe hacer, además, con premura. Tras años sin noticias, una vez se localizó el lugar, la familia lleva meses esperando el momento para poder dar sepultura, definitivamente, a Campillo. Los investigadores son conscientes y se han comprometido a acelerar la tarea lo máximo posible. «La idea es que Eloy vuelva a estar con su familia en Navidad». Eso decían después de un largo día.
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