Eva y Juan Carlos,nuevos habitantes de La Majúa. Sandra Santos

El exilio natural que dispara la población de La Majúa: «No quiero vivir en la calle Angustias de Valladolid»

Eva y Juan Carlos, una pareja de amantes de la vida y las costumbres rurales, se instalan en el pueblo de Babia de forma indefinida: «Fue llegar y nos quedamos enamorados»

Domingo, 16 de abril 2023, 09:33

«...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros / cantando; / y se quedará mi huerto, con su verde árbol/ y con su pozo blanco». Así comienza 'El viaje definitivo', uno de los poemas más famosos de Juan Ramón Jiménez. En aquella obra modernista, el ... poeta nos hablaba de la muerte y lo que quedará cuando ya no estemos. Las evocaciones a la naturaleza eran una constante, siendo esta la que nos pervivirá cuando ya no estemos: «Se morirán aquellos que me amaron / y el pueblo se hará nuevo cada año».

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Y es que el pueblo, aquel que no pocos hemos arrumbado, cuando no olvidado, sigue teniendo ese poder de atracción que vibra con especial emoción en los versos del Nobel de Literatura. Sentimientos que perviven en Eva y Juan Carlos, protagonistas de una historia atípica, a contracorriente y casi quijotesca.

Su relato es el de la vuelta al pueblo, una tendencia -sería aventurado calificarla de moda- que ha ido ganando peso en paralelo al desarrollo del teletrabajo. La diferencia de este con otras muchas historias es que la motivación de Eva y Juan Carlos para mudarse a La Majúa, una pequeña localidad de Babia con apenas una decena de habitantes fijos durante todo el año, dista mucho del habitual hastío provocado por el ritmo desenfrenado de las grandes ciudades.

Un perfil que se sale de los estándares

Eva y Juan Carlos no son dos treinteañeros que han quedado desbordados por el estrés que provocan urbes como Madrid o Barcelona. No buscan un lugar tranquilo donde criar a sus hijos, ni tampoco vienen de un contexto vertiginoso vertebrado por una vida de ida y vuelta en transporte público cual ganado estabulado. Su deseo de instalarse en esta pequeña villa leonesa de forma indefinida nace más de su pasión por la naturaleza, de su epifanía para con el territorio babiano, que de un desencanto con el ritmo acelerado inherente a las grandes metrópolis.

Juan Carlos Daza y Eva Pérez explican cómo fue su decisión de mudarse a la localidad leonesa.

Con más de un siglo de vida a las espaldas entre ambos, pero con una actividad profesional a pleno rendimiento, Juan Carlos y Eva deciden, a principios de otoño, mudarse del municipio vallisoletano de Aldeamayor (5.900 habitantes) a la localidad de La Majúa. Preocupados por lo que ellos consideran el avance inexorable del cambio climático, comenzaron a viajar por la cornisa Cantábrica en busca de «un entorno más saludable».

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«Cada vez nos teníamos que alejar más para entrar en contacto con la naturaleza», explica Juan Carlos de su vida en Aldeamayor. Un lugar donde tenían «una casa de pueblo» con «jardín, huerto y todo lo demás», pero que no era suficiente: «No es lo mismo vivir en un pueblo de Valladolid que irte a Babia, La Laciana o el Bierzo», especifica Eva. Zonas que descubrieron de casualidad, pero que desde que hollaron «quedamos enamorados».

«Ahora sí sabemos lo que es estar en Babia»

Anhelantes de una suerte de exilio ecológico -«Alguien que vive en un pueblo ya es un poco un exiliado», incide Eva- no se lo pensaron dos veces y alquilaron, tras un tiempo en una casa rural de la zona, una vivienda tradicional en pleno corazón de la comarca de Babia. «Al fin hemos entendido lo que significa estar en Babia, y no es estar en la inopia, es calidad de vida», nos explican nuestros anfitriones.

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Y así es. A falta de algunos enseres personales que permanecen en Aldeamayor, estos empresarios dedicados al diseño gráfico y la comunicación pretenden empadronarse en cuanto pasen las elecciones y ya disponen de una parcela en la que edificarán una casa en la que instalarse definitivamente en La Majúa. Por el momento, su actividad profesional depende de un ADSL con el que Juan Carlos y Eva mantienen vivo un negocio en el que trabajan juntos desde hace más de 30 años: «Mucha gente no trabajaría con su pareja, pero nosotros estamos deseando que llegue el fin de semana para pasar todavía más tiempo juntos haciendo excursiones por el campo».

«La calidad humana en el pueblo es incomparable»

Su llegada a La Majúa, junto a su gato y su border collie, fue del todo sorprendente para los vecinos de la zona: «Muchos nos preguntaban si habíamos venido por la expresión (estar en Babia) y no podían creer que fuésemos a pasar aquí todo el año, invierno incluido», comenta con humor Eva.

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A pesar de ello, esta madrileña, afincada durante años en Aldeamayor, señala que el recibimiento no ha podido ser mejor y que ya se sienten uno más de la zona: «Nosotros tenemos más vida social en la España Vaciada que en la ciudad». «El trato y la calidad humana del pueblo no es equiparable al que se tiene en la ciudad, donde no conoces ni siquiera a tu vecino de bloque», apunta Juan Carlos.

Y si los vecinos de La Majúa observan con asombro la decisión tomada por estos dos empresarios, sus amigos están divididos: «Están los que no entienden nada y los que nos dicen que estamos haciendo lo que ellos desearían, pero que sus responsabilidades familiares no les permiten».

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Eva y Juan Carlos están viviendo su sueño en La Majúa. E. S. Domínguez

El sueño de toda una vida

Tintín.

Eva Pérez (52) y Juan Carlos Daza (62) nacieron en Madrid y Venta de Baños (Palencia) respectivamente. Pronto sintieron la pulsión por la naturaleza y la vida rural. Dedican su vida profesional desde hace tres décadas al mundo del diseño gráfico y la comunicación. También han emprendido otro tipo de negocios relacionados con el mundo gastronómico, llegando a regentar una tienda de productos 'gourmet'. Residían en Aldeamayor de San Martín (Valladolid) desde el año 2002 hasta que el pasado otoño se mudaron a La Majúa (San Emiliano) atraídos por su desbordante naturaleza y entorno agreste. Su día a día pasa por pelear con un ADSL portátil con el que desempeñan su labor profesional, así como participar en clases virtuales de yoga o pilates; pero, sobre todo, en disfrutar junto a su perro y su gato lo que para ellos es un sinfín de actividades: fotografía, senderismo, observación de aves, clasificación de plantas… Este pequeño pueblo de Babia se ha convertido en una suerte de edén en el que todas sus aspiraciones y sueños se ven cumplidos. Prueba de ello es que ya se encuentran en pleno proceso de construcción de una casa en la que esperan instalarse de forma indefinida.

Precisamente, le preguntamos si consideran que este cambio de paradigma que supone la vuelta al pueblo no está limitado solo a personas con una situación económica desahogada y con posibilidad de teletrabajar. Un análisis que solo es compartido en parte por nuestros anfitriones, que señalan que «hay muchas actividades profesionales que desarrollar en el mundo rural», pero reconocen que las administraciones no ofrecen «ningún tipo de ayuda».

«Hay intereses por despoblar estas zonas»

Juan Carlos va más allá y ahonda en el proceso de despoblación: «subyacen muchos intereses para querer despoblar las zonas rurales, de forma que el suelo sea así mucho más barato. La gestión de las renovables está siendo pésima y está acabando con esta vida. Otra ruralidad es posible».

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Reivindicaciones que pasan directamente por el nivel de servicios del que disponen las pequeñas poblaciones de la España vaciada: «Somos 10 vecinos, pero pagamos impuestos como los demás», señalan este nuevo par de leoneses. «Por ejemplo, ya no solo son cuestiones como la fibra o el médico, es que no disponemos ni de un contenedor de reciclaje y tenemos que llevar el vídreo a San Emiliano», lamentan.

Sacrificios que están dispuestos a asumir por lo que ellos consideran la mejor vida del mundo. Cosas como trabajar mientras escuchas el trino de los pájaros, ver amanecer entre las montañas, fotografíar centenares de variedades de flores, considerar a tus vecinos como miembros de tu propia familia o tener a tan solo unos kilómetros más de media decena de reservas de la bioesfera se erigen como elementos vitales imprescindibles para esta pareja absorta por la belleza de la naturaleza leonesa: «Queremos formar parte de esto, no queremos que la vida nos pille en la calle Angustias número 3 de Valladolid».

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