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Una vida alejada de la ciudad, del estrés y del ruido. Una vida en la que recuperar tradiciones que hasta no hace mucho eran desconocidas para ella.
Cambió Hamburgo por el medio rural y dio un giro radical a una vida con la que no disfrutaba.
Andrea, o Andy, como todos la conocen ya en San Martín del Agostedo, es una alemana que decidió hace 30 años refugiarse en el poblado hippie de Matavenero y ahora convertirse en una vecina más de la Maragatería. «No me gustaba la vida en la ciudad. Estoy contenta aquí porque la vida es más tranquila, más saludable... me encanta el campo y la variedad de plantas y animales que hay. La gente es muy amable y ayuda mogollón; el ambiente es casi más rico que en la ciudad».
El desarrollo de su lado artístico la llevó a San Martín. Aquí ha empezado una nueva vida, no muy diferente a la que tenía en Matavenero, pero dándole más importancia a su pasión por la escultura o la pintura. Aquí va con un grupo a dibujar por pueblos de la Maragatería, El Bierzo o la Cepeda, en excursiones semanales que han levantado su interés.
Junto a su perro Chasky, con sus ovejas Helena y Maia, y de la mano de su socio viven en una finca de la calle La Cortina, donde, gracias a una subvención del Instituto Leonés de Cultura, ha comenzado un nuevo proyecto: la construcción de un pajar levantado con materia natural, desde sus muros hasta el medio metro de paja que recubre el tejado.
La paja viene de Vega de Magaz, donde los hermanos Carlos y Javier se dedican a plantar el material y cosecharlo de una manera que luego puede ser utilizado. La idea fue de Nati, de Villar del Monte, donde ya se habían construido más pajares.
Lo más complicado fue nivelar los muros. En total, los trabajos para rematar el pajar, que aún están terminando, se han prolongado tres meses; además, ha necesitado mil atados de paja para el techo. «Me han sobrado seis», bromea. En el proceso ha necesitado a alguien que se atreviera a subir al tejado y trenzar la paja entre sí, sin usar otro tipo de producto. «Es todo superecológico: piedra, madera y paja atada con trenzados de la misma paja».
Una parte quedará destinada a su taller de piedra y ejercerá funciones de almacén de material. Y la otra pasará a ser un espacio público, abierto a los amantes de cualquier disciplina del arte. Creará un centro ecoformativo, un pequeño espacio donde recibir a la gente y que puedan leer un libro, descansar o tomar una menta en verano. Luego podrán hacer un ejercicio de ecoliteratura en un pabellón -también natural- que tiene en el patio interior.
Andy ha logrado así construir una nueva vida, una vida más tradicional, como antes, donde puede vivir del huerto y de los animales en una vida integrada en la naturaleza. Todo ello en un entorno rural del que muchos huyen, pero en el que ella se encuentra encantada. «Hay que aceptar aislarse un poco, desconectar. Desconectas de la tele y te conectas con el sol, que es una energía más directa. Todos quieren placas solares, yo saludo al sol por la mañana y me da más energía».
En los próximos meses, el reducto ecológico de Andy en San Martín del Agosteda abrirá sus puertas para mostrar la pasión, el carácter y el espíritu de una alemana que no se conformó con su vida en la ciudad y prefirió dar un giro de timón que le sumergiera en la naturaleza.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
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