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Nata, suero, mazada e incluso los restos se aprovechaban. La de Villargusán era una mantequilla de una calidad tan excelente que se distribuía por las principales ciudades de mediados del siglo XX. Los privilegiados pastos de Babia alimentaban a las vacas y, como de lo que se come se cría, el producto resultante era reclamado por las grandes marcas de leche de la época.
La elaboración salía de un pequeño edificio de 42 metros cuadrados en la zona alta de este pueblo babiano. Fue construido en 1945 y en la actualidad conserva su cubierta de losa de pizarra, fachada de mampostería de piedra caliza y su estructura de madera.
La lechería de Villargusán produjo durante doce años, entre 1955 y 1966, el «oro amarillo» que se vendía en bidones de 40 litros y a ello se sumaba la mantequilla fina o la manteca.
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Rubén Fariñas
La producción de leche de calidad fue aprovechada por las manos artesanas de los alquimistas que pasaron a engrasar la Cooperativa la Iglesina, vendiendo su producto en las tiendas bajo la marca 'Mantequerías Leonesas' y con el lema: «Es la mejor manteca del mundo».
La manteca que se producía llegó a pagarse a 47 pesetas el kilo -lo equivalente hoy en día a 28 céntimos de euros- y se servía en tiendas de Madrid, Barcelona y Sevilla.
Los estatutos delimitaban las características de los miembros de la cooperativa que debían ser personas mayores de edad y con profesión de agricultor o ganadero en concepto de propietario o aparcero de fincas rústicas. De aquí se sacaban un sueldo cada mes, mientras que los subproductos como la debura -que se comía en casa- o la mazada -líquido pastoso con cierta acidez al separar nata y mantequilla- eran un buen cebo para los cerdos.
La maquinaria, los útiles y herramientas, los libros de cuentas, de ordenanzas y los talonarios o cartas se siguen conservando en la lechería de Villargusán, que ahora ha quedado como centro expositivo del aprovechamiento de los buenos hombres de la zona de sus propios recursos.
El pedáneo de Villargusán, Pedro Álvarez Barriada, aún recuerda el funcionamiento de esta instalación que contaba con un empleado que se encargaba de preparar el producto que traía el señor de las tierras. Se hacía girar una manivela que separaba la nata y el suero a través de unos filtros; luego se llevaba a una mazadera y de ahí, tras dar muchas vueltas, se obtenía una mantequilla «no muy pura» que aún pasaba por el masseur, donde se estrujaba y se sacaba el agua para compactarla en bloques de kilos y llevarla a vender.
Con la grasa, a través del suero -que es la leche desnatada de hoy en día, se alimentaba a los cerdos -sebo-. Lo que salía de la mazadera -la mazada- era un producto más graso y se subastaba entre los socios de la cooperativa para comerlo en casa. Y los restos, lo que quedaba después de limpiar el material, le correspondía al empleado y lo usaba para alimentar a los cerdos.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
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