Secciones
Servicios
Destacamos
LUCÍA RAMOS / ÁNGELA S. CIFUENTES
Sábado, 16 de abril 2016, 10:55
«Lo vi montar en el autobús e irse, pero ya nunca volvió». Natalia Montes se aferra a la medalla de oro en la que lleva grabado el rostro de su hijo Kevin Sáez Montes para tratar de no venirse abajo al recordar cómo le ... perdió hace hoy diez años. El pequeño tenía nueve cuando falleció en un accidente de autobús que se llevó por delante otras tres vidas y dejó 29 heridos. Murieron Alejandro González Arias, de 15 años; Carmen Brígida Meana Bastián, de 20, y Verónica Rosa Santos Gutiérrez, de 24. Todos ellos eran miembros del grupo scout San Miguel, con sede en el barrio de Pumarín, y el domingo 16 de abril de 2006 regresaban de La Vecilla, donde pasaron cuatro días de acampada cuando la fatalidad se cruzó en su camino y el vehículo en el que viajaban volcó a la altura del kilómetro 54 de la A-66, en las inmediaciones de Sanrieya (Pola de Lena).
El próximo 16 de mayo, Kevin habría cumplido veinte años y Natalia no puede evitar emocionarse al imaginar cómo sería su hijo si aún siguiera con vida ni sonreír al recordar los besos y abrazos que el pequeño repartía entre sus familiares a diario. «Siempre fue muy cariñoso. Venía y te daba un beso o te decía lo mucho que te quería, sin más. Sin tú pedírselo o sin razón aparente», relata, y rompe a llorar de nuevo al manifestar cuánto le gustaría «poder volver a abrazarle. A acariciar su pelo, a sentirle entre mis brazos. Me conformo con un ratín», asevera, y reconoce que todavía hoy, diez años después de aquella fatídica tarde, no pierde la esperanza de que su niño vuelva.
Por ese motivo y porque es incapaz de deshacerse de ellos, Natalia todavía conserva los juguetes y la ropa de Kevin. Conserva incluso los regalos que el 16 de mayo de 2006, un mes después del accidente, salió a comprar para un niño que ya nunca los abriría. Fue una de las pocas salidas que hizo en los meses posteriores a la muerte de su hijo. «No podía salir de casa y me sentía mal hasta por sonreír», recuerda, y la cara se le ilumina al explicar cuál fue el motor que la sacó del pozo: «Mi hijo Gabriel. Tiene ocho años y es mi apoyo. Es el regalo que Kevin me dejó», señala Natalia. Ella, asegura, sigue teniendo dos hijos. «Kevin sigue viviendo conmigo, le tengo presente desde que me levanto hasta que me acuesto, aunque no le pueda tocar».
La falta se hace más patente en determinadas ocasiones. Como cuando Gabriel tiene un gesto que recuerda a su hermano o cuando se encuentra con alguno de los antiguos compañeros del niño y comprueba lo mucho que creció. Es entonces cuando no puede evitar venirse abajo. Pero solo para coger impulso y seguir adelante. «Yo sé que Kevin querría verme feliz, pero lo cierto es que daría mi vida por que mi niño estuviera aquí».
Hoy, como cada año desde hace diez, Natalia, Gabriel y el resto de la familia visitarán a Kevin en el cementerio de San Martín de Huerces y le llevarán un ramo de flores. Dentro de un mes, el día de su cumpleaños, regresarán para dejarle veinte rosas. Una por cada año y siempre blancas. Solo en los dos ascensos del Sporting, del que Kevin era gran aficionado, se permitió su madre la licencia de incluir el color rojo entre las flores.
Agua, sonrisas y cuadros
Escenas similares se vivirán en los sepulcros de las otras tres víctimas, donde amigos y familiares recordarán a Alejandro, aquel chaval «noble y grandullón» que perteneció a los scouts «desde chiquitín» y que adoraba las actividades acuáticas y pasar los veranos en el pueblo de su madre, San Bartolomé de Miranda. También habrá lágrimas en memoria de Carmen, enamorada de la natación y el Sporting. Sigue viviendo en su casa a través de los cuadros que tanto le gustaba pintar y que llegaron a exponerse en el centro municipal de La Arena . Verónica, monitora scout cuando tuvo lugar el accidente, iba a empezar a trabajar esa misma semana en la asociación Abierto Hasta el Amanecer. Sus allegados la recuerdan con una sonrisa permanente en la cara.
Tampoco se cerraron las heridas abiertas en el grupo scout de Gijón. «A nivel colectivo sí que nos recuperamos, pero individualmente cuesta mucho», explica Jordán Casal, presidente de scouts de Asturias, y uno de los que viajaban aquel 16 de abril en el autobús. Fue un golpe muy duro, aunque en la actualidad trabajan con normalidad. «Con 80 chavales, somos uno de los grupos más potentes del Principado», apunta. De los jóvenes que sufrieron el accidente son pocos los que quedan en el grupo a día de hoy. «Muchos rompieron la relación y otros vienen a veces».
Quien tampoco podrá olvidar nunca aquel último viaje será Francisco López, chófer del bus y condenado a dos años de prisión al considerar el juez que fue una imprudencia por su parte lo que causó el accidente.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.