Zona salmantina de El Rebollar, con roble rebollo, en la comarca de Ciudad Rodrigo. J. L. VARAS

La subida de las temperaturas pone en riesgo la permanencia de los robles

El cambio climático también afecta a los pinos y, por extensión, a la productividad micológica

Silvia G. Rojo

Salamanca

Domingo, 22 de diciembre 2019, 20:36

«El cambio climático no es cosa de futuro, lo tenemos encima». Así de contundente se pronuncia Jesús Gordaliza, jefe de Predicción de la Agencia Estatal de Meteorología en Castilla y León, basándose entre otras cuestiones, en que la temperatura ha subido 1,3 ... grados en los últimos 70 años en la región, « muchísimo, son valores muy grandes para tan pocos años».

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La temperatura media entre 1951 y 2018 ha sido de 11,6º, resultando el año más frío 1956, con una temperatura de 10,1º mientras que en 2017, el año más cálido, fue de 13,2º.

«La causa de esta subida de temperaturas tan fuerte en tan pocos años solo es explicable por un motivo: la emisión de gases de efecto invernadero por el hombre», matiza. «La tendencia en un futuro es de que seguirá subiendo porque el ecosistema tierra-atmósfera tiene una inercia a corto plazo que no se puede parar; solo si la emisión de gases de efecto invernadero disminuye significativamente se podrá evitar que la tendencia de esa subida futura sea más fuerte», concluye este experto.

Esta realidad estadística se traduce en situaciones palpables en el entorno. «Innegables», asegura el veterinario y experto en Micología, José Ignacio Gómez Risueño, que desde la década de los 90 anota aquello que observa en la naturaleza cada año reflejando cuestiones tan diversas como cuándo se comienza a segar, las floraciones de los árboles o las migraciones de las aves.

«Sales al campo y es palpable en muchos sitios la sustitución por encinas del roble, la mata de roble apenas sale, es sustituida por la de encina y dentro de no mucho, el roble desaparecerá porque lo pasa muy mal con las altas temperaturas», comenta el veterinario asentado en Ciudad Rodrigo. Lo que José Ignacio Gómez tiene más que comprobado también lo ha estudiado la Universidad de Salamanca (USAL) y José David Flores, del departamento de Microbiología y Genética de la USAL, advierte que el roble « tiene muy comprometida su supervivencia, lo va a tener muy difícil».

Castilla y León es una de las comunidades autónomas con un mayor área de roble rebollo de España. «El problema que tiene es que depende de las precipitaciones estivales y cada vez se reduce más el periodo de lluvias, se hacen más localizadas y esto le compromete». Identifica este ambientólogo, miembro además del Instituto Hispano-Luso de Investigaciones Agrarias (Ciale) otras especies que están reduciendo su vitalidad como es el caso de los pinos que debido a la sequía y a las precipitaciones extremas «ven incrementadas sus enfermedades».

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En este sentido, alerta de otras consecuencias secundarias y que tienen que ver con la rentabilidad económica. «De esta reducción de las precipitaciones, sobre todo estivales, lo que se observa es que se está reduciendo la productividad en los bosques de especies de níscalos, y también de boletus edulis lo que se traduce en un problema económico y para el turismo estacional». Según los datos que maneja, 250.000 micoturistas anuales dejan unos rendimientos de alrededor de 32 millones de euros.

Retraso de las lluvias

La agricultura merece una mención especial en una comunidad como la castellana y leonesa. José David Flores detalla cómo en los últimos años se observa « el incremento de las temperaturas primaverales y las nocturnas, con menos heladas y menos días con temperaturas bajas». Así de entrada, sin más detalles, esta circunstancia podría parecer buena, pero en el caso de la agricultura «va a provocar el aumento de plagas y enfermedades ya que con el frío baja el número poblacional de organismos de plagas y con los inviernos suaves, la incidencia es mayor».

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De igual modo, «el retraso en las primeras lluvias y el adelanto en el verano climatológico es preocupante a nivel de cultivos porque reduces el ciclo ya que las siembras se producen más tarde». «En nuestra zona ya hemos visto espigar la avena a primeros de marzo, cuando lo suyo es que lo haga a principios de mayo » , dice José Ignacio Gómez: «La siega de los forrajes ya no es extraño que se adelante unos 15 días, esto ya es innegable, está ahí».

Pero aporta además otra serie de detalles: «En pleno invierno ves la candela de la encina (la flor) cuando solía florecer a finales de abril; plantas que eran abundantes hace 40 años como la manzanilla no se ven; se retrasan las otoñadas, los veranos son más duros y no porque se batan récords de temperaturas, sino porque hay más horas con temperaturas altas».

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Desde el punto de vista micológico, comenta que en la región «están apareciendo especies más meridionales, se nota cada vez más » , al tiempo que se muestra mucho más cauto a la horade hablar de aves. «Apunto también las migraciones de las aves y no veo que difiera demasiado porque además de la temperatura, también se guían por la luz. No aprecio demasiados cambios migratorios, aunque se ve que las cigüeñas se van quedando cada vez más en España», explica.

El cambio en las reglas del juego está produciendo modificaciones en la dehesa y por eso los investigadores ya se han puesto manos a la obra para intentar defender y regenerar este sistema considerado por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) como «un ecosistema agrario de los más sostenibles del planeta como ecosistema de equilibrio entre la agricultura, la ganadería y el medio ambiente».

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A lo largo de los próximos cuatro años, profesionales de España, Portugal e Italia intentarán desarrollar diversos recursos micológicos y prácticas de manejo para ayudar a la conservación de ecosistemas forestales, en especial, la dehesa, «que hoy en día se encuentra amenazada por diversas plagas», declara el coordinador del proyecto Life MicoRestore Ignacio Santa Regina, del Instituto de recursos naturales y agrobiología de Salamanca (Irnasa-Csic).

Un proyecto para la dehesa

En este trabajo se abordarán cuestiones sobre los impactos del cambio climático en dehesas y ecosistemas asociados y las consecuencias económicas y sociales que tiene el cambio climático en esos ecosistemas.

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Entre las cuestiones concretas que van a llevar a la práctica los investigadores de estos países están las acciones apropiadas para combatir el «grave problema» que asola a los bosques y que identifican en varios frentes: la enfermedad de la seca que ataca a los encinares; el ataque de cerambix sobre todo en rebollares, con zonas «prácticamente sentenciadas» y con un porcentaje elevadísimo de propagación del ataque de este escarabajo porque «si es cerambix cerdo no se puede combatirlo debido a que es una especie protegida, en peligro de extinción».

En el caso de los alcornoques es la culebrila la que se ceba con su corteza produciendo grandes pérdidas por la mala calidad del corcho y por último, el chancro del castaño, un hongo que produce la mortalidad del árbol «cuyas pérdidas, tanto económicas como ambientales, son insostenibles».

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Los expertos barajan como medidas para atajar esta situación «el desarrollo de micopesticidas o pesticidas basados en hongos». Se trata de «inocular en puntos estratégicos ciertos hongos que pueden dar un impulso a la vida debajo de la tierra lo que ayuda a los árboles, que cogen más fuerza en las raíces y se defienden mejor», por lo tanto, «la idea es que la solución sea biológica» y entre las prácticas innovadoras que se aplicarán está la micorrización de la encina con trufa negra.

Toda esta parte práctica se va a llevar a cabo en la provincia de Salamanca con espacios ya seleccionados en puntos como La Alamedilla, El Cubo de don Sancho o Valdelosa. Lo que aquí se observe, será perfectamente extrapolable a otros puntos de Italia o Portugal.

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«En Salamanca se dan las condiciones ideales para su contaminación, al contar con grandes superficies arboladas y tener buena temperatura lo que provoca que haya grandes extensiones y explotaciones ganaderas con el 100% de los árboles infestados y por tanto, condenados a morir», dice el científico.

Pérdidas económicas

Según estimaciones actuales, estos sistemas generan un déficit de 200 euros por hectárea. Los precios de los productos son similares a los de hace 30 años y los propietarios de tierras afrontan pérdidas de hasta 500 euros por hectárea debido a enfermedades relacionadas con la acción de Phytophthora, el hongo causante de la seca.

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«Junto con la disminución de las ayudas, estas tierras agrosilvopastorales han perdido hasta un 20% de su valor provocando el abandono del medio rural y la pérdida de microeconomías típicas de estas zonas», recuerda el coordinador de este proyecto que ha echado a rodar el pasado mes de junio y que tiene por delante un largo recorrido hasta junio de 2023.

«La función del agricultor va a ser decisiva a la hora de perder o ganar carbono»

El investigador de la Universidad de Salamanca, José David Flores, es de los que piensa que la agricultura va a jugar un papel fundamental en la lucha contra el cambio climático, «la función del agricultor va a ser decisiva a la hora de perder o ganar carbono», mantiene.

Flores indica que en el primer metro de suelo existen 1.500 giga toneladas de carbono, «al 15 añádele once ceros», bromea, «ese carbono es algo dinámico y eso hay que saberlo gestionar».

La fórmula que propone es la de «secuestrar» ese carbono a través de la agricultura, «es de las pocas actividades humanas que fijan carbono, de ahí la necesidad de manejar ese stock para controlar las emisiones».

De ahí el «doble beneficio» que concede a la agricultura: «una mejor adaptabilidad de los cultivos y la lucha contra el cambio climático a través de la fijación de carbono en el suelo».

Para que todo esto sea una realidad, es necesario mejorar la capacidad de materia orgánica en el suelo que entre otras cuestiones, contribuye a retener el agua. «Esto se puede conseguir a través de insumos orgánicos, con compost, con la reducción de labranza o siembra directa».

Todas estas posibilidades hacen que Flores muestre una «visión positiva» del futuro. «Tenemos que adaptarnos, conseguir incorporar nuevas técnicas de cultivo para mejorar la cantidad de materia orgánica en el suelo».

De un modo u otro, el veterinario José Ignacio Gómez comparte estas opiniones: «No soy derrotista, la naturaleza es sabia y sabrá hacer las cosas mejor que los hombres», aunque añade la importancia de los agricultores en este presente de cambio climático. «Los activistas de verdad contra el cambio climático son las gentes del campo que salvo alguna excepción, siempre han tenido una sensibilidad con el medio que les rodea, se preocupan de proteger y de hacer cada vez las cosas mejor».

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