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Tiene 39 años, dos hijos pequeños, una carrera profesional y un historial de mujer maltratada que, varias veces durante el relato, le hace saltar las lágrimas. «Ya han pasado tres años, pero cuanto más tiempo pasa el dolor persiste y sigues pensando que cómo puede ... ser que la persona en la que más confíabas te arruine la vida. No he vuelto a ser la misma, ni creo que lo vuelva a ser», dice, y se disculpa por llorar. Tres años es el tiempo que María José Z. L. (es el nombre que escoge para proteger su identidad) ha recorrido como víctima de violencia de género 'oficial', desde que dio el difícil paso de denunciar a su marido, con quien compartía lugar de trabajo, profesión y domicilio en un pueblo del noroeste de Castilla y León. Once años de su vida en los que «crees que eres fuerte».
Ahora reside en Valladolid, tiene la custodia de sus niños y, desde hace a penas una semana, su propia casa, porque desde que un juez dictó orden de alejamiento, ha vivido en la de sus padres. Según los psicólogos que la han tratado dentro del programa de protección de la Junta, su caso es «de libro», pero ella asegura que le costó mucho denunciar al padre de sus hijos. «Me sentía como una traidora».
–¿Cuándo empezó usted a sentirse agredida por su pareja?
–Tenía arrebatos de celos ya antes de casarnos, me insultaba y luego se ponía a llorar y me pedía perdón. Pero yo le conocí con 24 años, pensaba que se preocupaba por mí y al principio te fastidia, pero no lo ves raro. Durante un destino de trabajo que tuve que salir fuera de la comunidad empezó a controlarme mucho, yo salía con mis compañeras de trabajo y me prohibía salir con ellas a cenar, me controlaba todo el tiempo. Ellas, que eran psicólogas, me decían que era un inmaduro y que no iba a cambiar.
–Pero se casaron.
–Convivimos durante seis años y las broncas eran periódicas, por lo menos una vez al mes, insultos y control, pero yo no me callaba. Llegaba a reprocharme que por qué me arreglaba tanto o me echaba colonia. Cuando lo vivía, no me daba cuenta. Pero ahora sé que es un patrón: los insultos, el aislamiento, la agresividad arrojando objetos o golpeando cosas contra la pared. Pero al final seguí adelante. Cuatro años después, nos casamos. Yo pensaba que era la persona de mi vida, era atento, cariñoso, detallista, me mandaba mensajes... No veía el peligro, siempre pensaba que podía cambiar.
–¿Llegó a pasar a las manos?
–Aunque tenía esos arranques de ira, la mayoría de las veces era maltrato psicológico, tenía el 'inútil' todo el día en la boca, me lo llamaba constantemente delante de los niños. Cuando discutíamos, durante la cena hacía gestos con la navaja o afilaba el cuchillo, mirándome. La primera vez que me agredió estaba embarazada y me lanzó un monedero lleno a la tripa, pero la segunda, donde me quedé paralizada del miedo, fue cuando traté de coger al niño, que se había hecho una herida y él se lo llevó a otra habitación. Yo intenté entrar y me agarró del cuello con una fuerza y un odio... Luego llamó por teléfono a su madre y le dijo llorando que yo me había puesto como una loca. Maltratadora me llamó, solo por hacer daño a los niños.
«Dormía con el niño»
–¿Qué se le pasó a usted por la cabeza cuando le tenía agarrada por el cuello ?
–Lo que sentí fue confusión. Le dije, «pero qué haces...» En enero de 2015 decidí divorciarme. El punto de inflexión fue que estaba acaparando al niño mayor; con tres años y medio sabía que no se podía acercar a mí si él no lo consentía. Dormía con él, me daba miedo que le pusiera en mi contra. Mi exmarido acaparaba todo en mi vida, dejaba de hacer todo lo que hiciera falta con tal de que yo no lo hiciera: separada de mi familia, de mis amigas, en un pueblo en el que no había ni bar. Cuando estaba en trámites de separación, le conté a una compañera todo lo que me pasaba con él y me aconsejó que vaya a una psicóloga de violencia de género. Ella me convenció para entrar en el programa de protección de la Junta. Al principio no quise denunciar. Pero el Día de la Madre se llevó a los niños y entonces me decidí. Fui con mi padre y la psicóloga al cuartel de la Guardia Civil, era Lunes Santo y me dijeron que volviera al día siguiente. Yo había seguido conviviendo con él desde enero hasta abril, cuando salió el juicio por la custodia.
–Usted y él compartían carrera profesional y estuvieron mucho tiempo trabajando juntos. ¿Ninguno de sus compañeros de trabajo se dio cuenta de nada en todos esos años?
–Solo que estaba todo el tiempo pendiente de mí, le llamaban el moro. Pero nada más, porque estas personas tienen un gran don para manipular, saben como hacerlo. Es innato en ellos, su mente es así. Con la gente son encantadores. es simpático, majo, agradable... Se transforma. De hecho, a mí me tenía siempre confusa, porque cada día me rompía los esquemas: un día estaba de buenas, me abrazaba y me decía que le tenía que querer, que esto no era más que una mala racha por los niños, y otras... Un día me desperté y estaba al lado de la cama, mirándome fijamente, con una expresión..... Yo le pregunté ¿Qué miras? y dijo que nada y se marchó. Yo creo que necesita ayuda psicológica, pero jamás la pedirá. Es una persona con mucha ansiedad, hiperactiva, que agota.
El traslado
-¿Cuando le denunció, que ocurrió?
–Yo ya tenía iniciado el proceso de divorcio cuando le denuncie por violencia de género. Pero pude demostrar que ya llevaba tiempo en el programa de protección de la Junta desde febrero y se pudo probar con informes que había malos tratos y era una denuncia falsa que yo hubiera puesto para tratar de beneficiarme en la separación. A él se le tomó declaración, pero no ingresó en prisión. La jueza dictó una orden de alejamiento, pero cuando me trasladé aquí, porque yo residía otra provincia con él, consiguió que se la retiraran. Lo curioso es que después, en el trabajo, pidió el traslado a Valladolid. Y se lo dieron antes que a mí. Por eso estoy tan agradecida al programa de Mujer de la Junta, a la ayuda y el acompañamiento de mi psicóloga. Gracias a eso la jueza dictó la orden de alejamiento y ello fue decisivo, me dio la vida, porque pude por primera vez en años sentirme tranquila en casa.
–¿Cómo pudo usted convivir con su maltratador cuatro meses bajo el mismo techo?
–Porque como no te puedes ir de casa porque es abandono y no quería dejar a mis hijos..Y si te los llevas es secuestro... No sabía que hacer. Había que esperar a lo que dictara la jueza. Después me vine a vivir con mis padres a Valladolid.
–¿Cuál es la relación de su exmarido con sus dos hijos?
–Yo tengo la custodia, pero él puede estar con ellos un día a la semana, los fines de semana alternos y vacaciones. Él con los niños se porta muy bien, es muy cariñoso. Aunque, a veces me da un poco de miedo que, por odio a mí, pueda hacerles algo. Me lo quito enseguida de la cabeza y no quiero pensarlo. Como pasó con José Bretón. Te odian tanto... que se les va la cabeza y aunque quieran mucho a los niños... No quiero ni pensarlo.
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