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Nuria Estalayo
Aguilar
Domingo, 31 de marzo 2019, 18:11
Hace cinco años, en marzo de 2014, comenzó el derribo del edificio de la antigua fábrica de Fontaneda, adquirida por Siro. Hace ya un lustro que el inmueble industrial, tras la recogida en agosto de los últimos escombros, dejó paso a un extenso solar a los pies de la ladera del castillo aguilarense de unos 13.000 metros cuadrados. Aquí estaba prevista la construcción de viviendas, pero mientras llegan o no estas hogareñas construcciones, la Fundación Siro permitió instalar en el terreno un servicial aparcamiento, sobre todo el año pasado con la celebración de Las Edades del Hombre.
A lo largo de cinco meses (de marzo a agosto de 2014), grandes maquinarias (grúas, perforadoras, cortamuros, cizallas demoledoras, retroexcavadoras, dumpers, camiones) y operarios se pasearon por los suelos y tapias de la antigua factoría hasta dejar un solar limpio de escombros, de desechos y de todos los vestigios del pasado galletero del lugar. El terreno fue rodeado por un enrejado de piedras. Finalizadas las obras de demolición, solo el recuerdo podía hacer sospechar que allí hubo una esplendorosa y emblemática empresa atiborrada de historia en la que palpitaron tantos corazones y se produjeron tantas galletas, las cuales colmaron de fama a la villa y envolvieron, a lo largo de tantas décadas, de dulces aromas los aires aguilarenses.
José Barón, actualmente jubilado, fue uno de los últimos en abandonar la vieja factoría, a la que acudió durante 43 años. Trabajaba en el cuarto de masas y así lo hizo ese 31 de mayo que supuso el fin de la actividad de la fábrica. «La verdad que lo pasé realmente bien, era auténtico trabajo en equipo, y apoyos constantes entre nosotros», comenta sobre su etapa galletera. Del conflicto resalta la unión de todos los trabajadores y de «hacer partícipe a media España de nuestra lucha por la conservación de los puestos de trabajo, y gracias a esto, logramos mantener los puestos». No obstante, reconoce que el fin de esa etapa le produce nostalgia. «Parece que se fue nuestra historia con ese derribo», apunta.
El solar fue adquirido en los años 20 por la familia Fontaneda y, a principios de esa década, de su primera nave comenzaron a salir las primeras hornadas que fueron llegando a todos los rincones de España, convirtiendo Aguilar en 'el pueblo de las galletas'. La empresa pasó de generación en generación hasta llegar la cuarta, con la que pasó a otras manos. La multinacional Nabisco la compró en 1996, y en 2002, bajo la dirección de United Biscuits, se llevó la marca comercial (desde 2006 la marca Galletas Fontaneda es comercializada por la multinacional Mondelēz International, antigua Kraft Foods).
Pero las instalaciones, después de huelgas, encierros, protestas y manifestaciones, fueron adquiridas finalmente por el Grupo Siro evitando el cierre, y la factoría continuó su actividad con más de 200 empleados, sumándose a los 120 empleados que quedaron de la antigua empresa tras prejubilaciones, bajas incentivadas y traslados, nuevos trabajadores. Siro denominó a la fábrica Horno de Galletas Aguilar.
Hilario Álvarez fue uno de los últimos obreros de la antigua factoría, el 31 de mayo de 2012 supuso para él también su cese como trabajador en la empresa. Él, como miembro del comité de empresa, se quedó con sus compañeros encerrado varias jornadas en el interior del edificio durante el conflicto. Lo que más recuerda de aquella lucha es la colaboración ciudadana. «Más que el encierro con el comité de empresa, que está ahí presente también, lo que más recuerdo y más admiro fue el gran apoyo del pueblo y de todas las cosas que se hicieron para buscar una solución y a todos se lo agradecemos», ensalza. «No me causó tristeza, el edificio ya estaba muerto y ya había una nueva fábrica funcionando».
El Grupo Siro apostó por modernizar las instalaciones y en diciembre de 2005 adquirió unas parcelas de unos 350.000 metros cuadrados situadas junto al polígono industrial. Inicialmente, se puso en marcha una fábrica de pan de molde, para abrir más tarde otra de galletas y cereales a la que fueron trasladados los trabajadores del Horno de forma progresiva desde 2011. Por ello, el desmantelamiento de la antigua instalación fabril ya había comenzado a llevarse a cabo antes de su desaparición definitiva en 2014 con el traslado de personal y materiales. Al principio, se produjo de manera más silenciosa e íntima, con el cierre del edificio, el cese de la producción, la clausura de su tienda que fue lo último en dejar de funciona, y el vaciado de su interior. Para dar paso después, dos años más tarde, a la demolición de su inerte armazón, de una forma mucho más expuesta, visible, ruidosa, polvorienta, observada y retratada por los vecinos.
Dos años antes de la demolición, se horneó la última galleta. Esto aconteció el 31 de mayo de 2012.Fueron 45 empleados (entre los tres turnos) los que se encargaron de dar el adiós definitivo a la producción de galletas. Una sola línea estuvo funcionando esta última jornada con la elaboración de la María, pero no la tradicional, fue la María Integral la última en ser horneada, y fueron los trabajadores del último turno, el de la noche, los que apagaron los hornos, detuvieron las líneas y silenciaron las máquinas para siempre, después de 131 años de su germinación.
La mayoría de estos 'últimos de Fontaneda' siguieron formando parte de la plantilla que ya estaba apostada en la nueva planta que Siro había puesto en marcha en el polígono industrial aguilarense. Aunque también para una buena parte de ellos fue una jornada de despedida laboral: unos se prejubilaron, y otros, trabajadores eventuales, concluyeron su contrato. Después de poner el cerrojo y parar la producción en el entonces denominado por Siro Horno de Galletas, tuvo lugar en Aguilar a mediados del mes de junio de 2012 un acto público organizado por Comisiones Obreras para recordar el conflicto de Fontaneda: cuando en el año 2002 y durante 8 largos meses, se sucedieron huelgas, protestas, manifestaciones y negociaciones para evitar el cierre de la fábrica de galletas y la pérdida de empleos. Conflicto que terminó con la compra de las instalaciones por Siro, la conservación de la actividad y la fuga de la marca Fontaneda.
En un encuentro para el debate celebrado días después del cierre de la vieja fábrica, también estuvo presente Cristina Fontaneda, perteneciente a la cuarta generación de esta familia que hizo famosa la María en el mercado nacional. Ella resaltó sobre el conflicto que se d ebería resolver lo más importante, el factor humano. «Ahora con el desmantelamiento de la fábrica nos encontramos en un epílogo, pero también es una continuación con la empresa Siro y se seguirá haciendo historia», consideró, defendiendo que «lo más importante es que Aguilar siga oliendo a galletas».
«Mi recuerdo de Fontaneda es amistad, compañerismo y buen ambiente», asegura Toñi Merino, que ahora trabaja en Siro y lleva elaborando galletas desde hace más de 45 años. Del conflicto, resalta «la unión de todos y la incertidumbre de qué iba a ser de nosotros». Cuando se derribó el edificio sintió «pena y nostalgia», y sobre el solar hecho aparcamiento también recuerda que iba a edificarse, «supongo que no se habrá hecho por la crisis». Reconoce que el solar ofrece un buen servicio con el gran número de plazas que tiene, «hay épocas en las que son necesarias». Sin embargo, cree que el lugar necesitaría más puntos de luz puesto que «cuando vas a buscar el coche da miedo, al menos a mí».
Hoy en día, vecinos de la comarca y empleados de la compañía agroalimentaria, siguen recordando, por encima de todo, la unión y el apoyo que se generó durante el conflicto. Y aunque se perdió una marca y se volatilizó el emblemático edificio, la actividad, con altos y bajos, continúa en el polígono. El solar, según recuerda el concejal de urbanismo, Jesús Sierra, está reservado en el Plan General de Ordenación Urbanística (PGOG) para la construcción «de viviendas y varios». Claro que esto dependerá de Siro, que sigue siendo el propietario. De momento, está previsto que siga ofreciendo aparcamiento.
2014 ha sido marcado por la historia industrial local como el año de la desaparición definitiva de Fontaneda aunque su marca y sus empleados sigan en el sector, se borró del mapa ese edificio desde donde salieron esas ingentes producciones de galletas que llegaron a millones de hogares españoles durante tantas décadas. Sin embargo, la caída del inmueble ha contribuido a realzar la belleza del entorno en el que está situada la iglesia de Santa Cecilia. Ahora este espacio, presidido por el castillo medieval, antes oculto por los muros fabriles, se ha vuelto visible desde muchos más puntos de la villa aguilarense, lo cual es bien satisfactorio y grato para la vista.
Con mucha nostalgia, aunque no todos, se despidieron los trabajadores del inmueble, pues en él vivieron muchas experiencias, y pasaron muchas horas de su vida. La añoranza de aquellos tiempos no solo afecta a los trabajadores, sino a muchos de los vecinos, como a la comerciante Lidia Sierra. «Claro que se nota la desaparición del edificio pues yo que he vivido en la avenida de Barruelo lo tenía bien cerca, pero esto es algo ventajoso si se da un buen uso al terreno», opina, resaltando que «lo que realmente se añora es el aroma a galletas, tan rico y fuerte que con solo olerlo desayunabas». «Yo he vivido fuera, se lo contaba a mis amigos y no me creían, pero venían y me decían que tenía toda la razón, Aguilar era olor a galleta», rememora. También recuerda que durante el conflicto aunque estaba fuera a veces llegaba a Aguilar y coincidiendo con alguna manifestación «me sumaba a las caceroladas». Asimismo, ensalza a esas mujeres que trabajaron en la factoría. «Fueron mujeres admirables, grandes trabajadoras, algunas, incluso embarazadas, cargaban camiones a mano», proclama.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
José A. González y Álex Sánchez
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