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María Cristina Hernández Castelló
Profesora de Historia del Arte de la UVa
Martes, 23 de abril 2024, 12:23
En el interior de iglesias y catedrales se vivieron episodios claves en el conflicto. En Segovia, en el convento del Corpus Christi, el 29 de mayo de 1520 prendió la llama de la revuelta, cuando los allí reunidos asesinaron al ayudante de alguacil Hernán López Melón. Su templo, que actualmente pertenece a las Clarisas, conserva huellas de su pasado como antigua sinagoga mayor de la ciudad, en los arcos de herradura que separan las tres naves de la sala de oración. Cerca, se encontraba la iglesia de San Miguel, ocupando el espacio de la actual plaza mayor hasta su demolición en 1532. En su interior, el procurador Rodrigo de Tordesillas intentó en vano justificar su voto a favor del tributo solicitado en las Cortes de Santiago-La Coruña por el rey. Arrastrado y apaleado por las empedradas calles de la ciudad, fue asesinado.
En las iglesias se refugiaban quienes huían de la revuelta, como cuando en Zamora los procuradores Bernardino de Ledesma y Francisco Ramírez buscaron amparo entre los muros del monasterio de Santa Marta, ante la ferocidad de los amotinados. De igual modo, en la tardo gótica iglesia de Atapuerca, en Burgos, buscó protección el aposentador real de origen francés Giofredo Garci Jofré de Cotannes. Portaba el Santísimo entre sus manos, pero de nada sirvió: fue apuñalado y su cuerpo, ya sin vida, colgado.
Los ánimos en la ciudad del Arlanzón se habían caldeado en la reunión celebrada en la Catedral bajo la magnífica bóveda estrellada de la capilla de Santa Catalina. Otra seo, la fortificada catedral de Ávila, mezcla de estilo románico y gótico, fue el marco elegido por la Santa Junta para convocar a los miembros del clero, de la nobleza y de las ciudades afines a la causa comunera. Allí, Juan de Padilla fue elegido capitán de las tropas sublevadas.
Un palacio tuvo especial significación durante la rebelión en la localidad vallisoletana de Tordesillas. En él, durante 46 años, vivió Juana de Castilla. Erróneamente se sigue afirmando que la reina tuvo sus aposentos en el Monasterio de Santa Clara de la misma localidad. En el palacio tordesillano se vivió uno de los hechos claves. Allí acudieron en masa los comuneros en busca del favor real. El edificio, del que nada se conserva desde finales del XVIII, se levantaba frente al río y contaba con un pasadizo elevado que comunicaba con la cercana iglesia de San Antolín.
Como es evidente, el fragor de la lucha se trasladó rápidamente a las calles y plazas de Castilla. En la Plaza Mayor de Zamora se quemaron dos estatuas con los nombres grabados de los procuradores Ledesma y Ramiro «dándoles por traidores, enemigos de su patria». Mientras que en Medina del Campo, los vecinos, atrincherados en las puertas de la muralla, se negaban a entregar a los ejércitos imperiales la artillería Real que, no sin gran esfuerzo, habían logrado trasladar hasta la plaza desde el cerro de la Mota donde se custodiaba. Con el ánimo de dispersar a los sublevados, Antonio de Fonseca ordenó prender varios fuegos por la villa. Las llamas rápidamente se propagaron acabando con documentos, bienes muebles y propiedades de incalculable valor, como las Casas del doctor Francisco Pérez de Vargas, acaudalado alcalde de la Real Chancillería de Granada, o el convento de San Francisco «de los paños», en una de cuyas dependencias se guardaban las mercaderías –sedas, terciopelos, paños, especias ...–, durante los días de feria.
Es evidente que castillos y fortalezas fueron codiciados por imperiales y comuneros, que se disputaban con las armas su posesión. En el invierno de 1521 el obispo Acuña espoleó el levantamiento anti señorial en territorio palentino logrando recuperar las fortalezas de Ampudia y Torremormojón que habían caído en manos de las tropas realistas. Tiempo después, el castillo de Ampudia tuvo una breve época de esplendor cuando, bajo titularidad del duque de Lerma, acogió a la Corte. Tras un largo periodo de abandono, fue adquirido por manos privadas en 1960. En el castillo de Torrelobatón, en la provincia de Valladolid, se vivieron los últimos compases triunfales de los comuneros. Se trata de una de las fortificaciones mejor conservada de la provincia, adscrita a la Escuela de Valladolid. En la actualidad alberga el Centro de Interpretación de la Guerra de las Comunidades de Castilla.
De Torrelobatón partieron los comuneros rumbo a Toro el 23 de abril de 1521, cuando las tropas del emperador les cortaron la retirada cerca de Villalar, en el lugar llamado Puente de Fierro sobre el arroyo de los Molinos. Al día siguiente, los capitanes comuneros, Padilla, Bravo y Maldonado, fueron ajusticiados en la plaza del pueblo y sus cabezas expuestas en la picota. Sus propiedades también sufrieron la furia imperial, Carlos V ordenó «quitar, romper y picar todos los emblemas, escudos y timbres» de los comuneros y sus aliados, de ahí que resulte difícil saber cuál fue la Casa de Juan Bravo en Segovia, donde su memoria es recordada por la estatua que en 1921 realizó Aniceto Marinas. En Salamanca, la casa principal de los Maldonado, la Casa de las Conchas, fue desmochada perdiendo dos tercios de la altura de su torre.
Poco después de la derrota de Villalar, a escasos kilómetros de Valladolid, en el castillo de Simancas, el obispo Acuña fue encarcelado y tras un fallido intento de fuga, ajusticiado. La fortaleza, de origen árabe, había sido reconstruida en el siglo XV por los Enríquez, Almirantes de Castilla. Por orden de los Reyes Católicos pasó a pertenecer a la Corona, convirtiéndola en prisión. Felipe II la transformó en Archivo General del Reino, función que hoy mantiene como sede del Archivo General de Simancas.
La revuelta comunera arrasó con bienes patrimoniales, otros resistieron. Son más de los relatados en estas líneas los conservados en nuestra comunidad que sirvieron de escenario a la rebelión, de nosotros depende que no pasen al olvido y que sigamos recordando la lucha por la libertad que se emprendió en nuestro territorio.
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