Julio y Sofía, con una foto en la que recuerdan su boda, hace 65 años. RAMÓN GÓMEZ

Se conocieron al ir a comprar unas zapatillas talla 54 y acaban de cumplir 65 años de matrimonio en Valladolid

Julio y Sofía se conocieron en una tienda de Santervás y allí comenzaron una historia de amor que ahora está de aniversario

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 22 de diciembre 2019, 20:38

«Hola, venía a por unas zapatillas del 54», dijo Sofía Fernández (Villavicencio de los Caballeros, 1934) aquella jornada de hace casi 70 años en la que entró a comprar calzado en la tienda de Santervás. Unas zapatillas del 54. De la talla 54. Eso ... es lo que pidió.

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«Pero, ¿cómo van a ser del 54?», le preguntó con guasa un chaval que hacía cola en la tienda. «¿Estás segura de lo que dices?», insistió aquel chico seis años mayor que se llamaba Julio Martínez (Santervás de Campos, 1928) y que, con el tiempo, ellos aún no lo sabían, se convertiría en su marido. Aquellas fueron las primeras palabras que se cruzaron Julio y Sofía. Las primeras de muchas. Las recuerdan hoy, tanto tiempo después, a los pocos días de festejar sus 65 años de matrimonio.

«Con 16 cumplidos, me fui a trabajar de interna a una casa de Santervás. A cuidar niños», rememora Sofía. «Yo no había estado con niños pequeños en mi vida y, de repente, ale, me pusieron al cargo de cinco. Imagínate. Yo vivía en Castroponce y mi amiga Celes me dijo:'Oye, que necesitan a una chica en una casa de Santervás'. Y allí que me fui. Un día, la señora me dijo que fuera a la tienda a comprarle unas zapatillas al señor. Yo ni me acordaba del número que me había pedido y en la tienda solté el primero que se me vino a la cabeza». El 54. Una talla tan exagerada que llamó la atención de Julio. Tal vez si hubiera sido un 40, un 42, un 43 nada de lo que aquí se recuerda hubiera sucedido. Pero Sofía dijo el 54. Unas zapatillas del 54. Ysus vidas cambiaron para siempre. Empezaron a verse entonces por el pueblo. Julio la esperaba al caer la tarde en la fuente de la plaza. «Yo iba todos los días cántaro arriba y abajo, a coger agua. Figúrate, con cinco niños en la casa la de viajes que tenía que hacer».

Y allí estaba Julio. Con los amigos. Esperando. Un día se atrevió: «Si quieres te acompaño, yo trabajo por allí, por donde vives tú». Sofía sonríe cuando lo recuerda: «¡Pero si era de noche! ¿Dónde iba él a trabajar a esas horas?». Pero se dejó acompañar. Un día. Y al siguiente. Cuenta Sofía que en aquel tiempo, tan jovencita, estaba de luto por la muerte de sus padres. «Así que yo no iba al baile los domingos por la tarde, que era cuando se podía conocer más chicos. Yo me dedicaba a dar paseos por la carretera o me quedaba sola en casa». Hasta que Julio se aficionó a acompañarla. En los viajes de la fuente a casa. En los paseos del domingo por la tarde. «Y así nos conocimos», resumen. «Y así, después de tres años, llegamos a casarnos». El 16 de noviembre de 1954. La foto que conservan de aquel día, en realidad se tomó meses después. La foto de su boda no es del día de su boda.

«En aquella época casi no había fotógrafos. Había uno que iba de pueblo en pueblo con esas máquinas tan grandes, que se ponían detrás de una tela», explican. Así que, meses después, «sería por las fiestas del pueblo», Sofía se puso de nuevo su vestido de novia, Julio se vistió con el mejor de sus trajes (oscuro, el de la boda fue claro) y posaron para el objetivo de la cámara. Por separado. Luego la magia de la técnica les puso juntos en la foto que hoy comparten y con la que recuerdan su boda.

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Allí en Santervás nacieron sus tres primeros hijos.Después llegarían dos más. Todos varones. Julio trabajó primero como jornalero en unas tierras. Después, entró como mozo mayor en una de las casas más grandes de la localidad. Para prosperar, se mudó un año a Bembibre, ocupado en las minas. «Estaba en el lavadero, a la intemperie, desde las siete de la mañana hasta las tantas. Bajo la lluvia, la nieve. Fueron unos meses muy duros», rememora Julio, quien encauzó después su pasos hacia Suiza. «Hablando con compañeros, vimos que teníamos que salir fuera de España si queríamos conseguir algo. Nos costó mucho trabajo hasta que nos hicieron los pasaportes. Pero al final lo conseguimos». Era 1962. Aquel primer año trabajó «con vacas y prados» en la verde Suiza. Después, hasta 1965, estuvo como empleado, excavando galerías y túneles «para traer el agua hasta las centrales eléctricas». Esos cuatro años, Sofía y Julio mantuvieron su relación por carta. «No había teléfono, ni aviones, ni vehículos.Nos veíamos muy poquito. Pero nunca faltaron las cartas».

Cuando Julio ahorró lo suficiente, vislumbró la oportunidad de regresar a casa. Ya en 1963, en plena aventura suiza, el matrimonio acordó que Sofía y los chicos se mudarían a Valladolid. «Todo lo hicimos por el bienestar de los hijos. Aquí en la capital había más posibilidades para estudiar, más facilidades para ellos. En el pueblo no había trabajo. Llegaba el invierno y no había nada». Hicieron nido en la calle Villanubla, en el barrio de La Victoria. «Uy, aquello entonces, cuando llegamos, estaba desolado. Cuatro casas contadas había. El resto eran tierras, huertas. Estaba todo por hacer», evoca Sofía.

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A su regreso a Valladolid, Julio comenzó a trabajar «como mozo de reparto» en la empresa de transportes Posadas. «Allí estuve 24 años, repartiendo por la capital. Me conozco al dedillo todos los rincones de Valladolid». Y Sofía se puso al frente de un quiosco, del quiosco que hoy regenta uno de sus hijos en la calle San Lázaro, 15. «Lo teníamos abierto todo el día. Desde primera hora de la mañana hasta que cerrábamos». El matrimonio hacía turnos. Ella abría y lo atendía hasta la hora de comer, cuando Julio regresaba de su trabajo y se ponía tras el mostrador. «Mi madre nos daba de comer a los hijos y luego llevaba la comida a mi padre al quiosco, donde se lo tomaba rápido antes de volver a Posadas», recuerda Julio, hijo de la pareja. Y por la noche, otra vez la misma operación. Ella regresaba a casa y él se ponía al frente de un quiosco que además vendía loterías y quinielas y que era «el centro del barrio». «En La Victoria siempre lo han conocido como el quiosco de la Sofía. Y durante muchos años nos sentimos muy acompañados y queridos por todos los vecinos», rememoran Julio y Sofía, la pareja de quiosqueros de La Victoria que acaba de cumplir 65 años de casados.

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