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Empresario, directivo, parlamentario. Viajero, navegante, buzo, piloto de trial, cazador. Lector y conversador infatigable. Soñador empedernido. Alejandro Royo-Villanova es, sin lugar a dudas, un hombre singular. Como singulares son algunas de sus marcas personales a lo largo de la vida. Entre ellas la que ... obtiene hoy, alcanzando cincuenta años al frente del Consejo de Administración de El Norte de Castilla. Cuatro más en el mismo cargo, por cierto, que su abuelo, Antonio Royo Villanova, el «maestro Royo», quien también fue director del rotativo. Una auténtica institución para el decano de la prensa diaria española.
Hijo de Segismundo Royo-Villanova, que fue rector de la Universidad de Madrid y miembro asimismo del Consejo de El Norte, Alejandro Royo-Villanova Payá nació en Madrid, en 1941. De sus constantes visitas a Valladolid, como le contaba en una entrevista a Maribel Rodicio en mayo de 1989, evocaría siempre dos cosas: el sabor de los deliciosos dulces Freixa y el intenso olor de la tinta y el plomo de El Norte de Castilla. Más tarde le correspondería representar a la provincia vallisoletana en tres legislaturas consecutivas, en momentos trascendentales para la vida política nacional.
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Tras la muerte de su padre, en 1965, entró a formar parte del consejo de El Norte, que estaba entonces presidido por César Alba Delibes, hijo del emblemático Santiago Alba y primo del no menos mítico para este periódico Miguel Delibes. Y del que formaban parte otros nombres como los de Jaime Alba, Emilio Gómez Orbaneja, José Guillén, Alejandro Fernández de Araoz y de la Devesa, José Antonio Rubio Sacristán y Fernando Altés Villanueva. Al morir César Alba en Barcelona, las diferencias en el consejo del rotativo encontraron en el joven Alejandro, de 29 años, un candidato perfecto para la presidencia, decisión que se tomó en su reunión del 15 de mayo de 1970, hace ahora medio siglo. España se preparaba entonces para conocer el fin de su particular etapa de desarrollismo, que se prolongaba desde finales de los años cincuenta.
Siguiendo la tradición familiar, Alejandro Royo-Villanova se sintió desde el principio atraído por la política. Con solo dieciséis años, expresaba sus ideas en una entrevista concedida al periodista del diario madrileño 'Ya' Marino Gómez Santos. Desde sus inicios, en los primeros años setenta, Royo-Villanova figura en la lista del grupo Tácito, al lado de un puñado de nombres fundamentales para fraguar la transición de la dictadura a la democracia. Nombres como los de Marcelino Oreja, Fernando Álvarez de Miranda, Óscar Alzaga, Íñigo Cavero, Alfonso Osorio, José Luis Álvarez o Pío Cabanillas.
En 1974, con la llegada de Pío Cabanillas, es nombrado secretario general técnico del Ministerio de Información y Turismo. Enseguida, consejero nacional de Educación. Y finalmente comisario nacional y director general de Promoción del Turismo. En junio de 1975, y ante la enfermedad de Franco, participará en un acto abierto para solicitar una fecha concreta para la coronación del Rey Juan Carlos, como recoge El Norte de Castilla en sus páginas.
El grupo Tácito derivará entonces hacia una plataforma de «convergencia democrática». Y, tras la muerte de Franco, en la creación del Partido Popular de Pío Cabanillas y José María de Areilza, cuya cabeza vallisoletana será el propio Alejandro Royo-Villanova. Una formación que terminará integrándose en la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez. En las primeras elecciones de la democracia, en junio de 1977, será elegido senador por Valladolid, bajo las siglas de UCD. En aquella legislatura constituyente, ejercerá como enlace entre las comisiones constitucionales del Congreso y el Senado. Y repetirá como candidato a la cámara alta para la convocatoria electoral de marzo de 1979.
A pesar de que su partido, la UCD, recurre a un anuncio en El Norte para recordar a los votantes que su nombre aparecerá en el reverso, y no en el anverso de la papeleta, Alejandro Royo-Villanova conseguirá ser elegido por segunda vez. Dos condiciones, la de político y la de presidente del Consejo de El Norte, que conciliaría con un equilibrio exquisito. «Si mi condición de político adscrito a un partido podía suponer una injerencia en la libertad del periódico, yo dejaría la política», dijo entonces. Tras la caída de Suárez y el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, Alejandro Royo-Villanova deja UCD para presentarse como candidato, esta vez al Congreso, por el nuevo Partido Demócrata Popular de Óscar Alzaga. Las elecciones las gana el PSOE, pero él obtiene su escaño como diputado de la Coalición Popular por Valladolid. Será la última etapa de su carrera política.
Además de El Norte y el Parlamento, en los años ochenta una buena parte del tiempo de Alejandro Royo-Villanova la ocuparon los negocios. Fundamentalmente al frente de la Sociedad General Azucarera de España, a la que estuvo dedicado desde que terminó la carrera de Derecho. Presidente del tercer grupo azucarero italiano, así como de una importante compañía de seguros de Madrid, en esos años tuvo innumerables oportunidades de representar al periódico en algunos de sus hitos más relevantes, como el nacimiento de la nueva edición de Palencia, en febrero de 1988; la de Segovia, en diciembre de 1992, o las primeras Jornadas Agrarias, un clásico del periódico.
La crisis del 92, con la Expo de Sevilla, las Olimpíadas de Barcelona y la capitalidad cultural europea de Madrid, supuso un auténtico zarpazo para la prensa española, con el cierre de periódicos y la pérdida de miles de puestos de trabajo. Capitaneado por Alejandro Royo-Villanova, y con el concurso de Miguel Delibes, El Norte se decidió entonces a dar un paso trascendental en su historia, integrándose, como socio número nueve, en la gran familia de periódicos regionales del Grupo Correo Español, el actual Vocento.
Comienza así una nueva etapa de relanzamiento, que consolida definitivamente a El Norte como decano de la prensa diaria. Un periódico que se moderniza constantemente para entrar con fuerza en el siglo XXI. Que cumple 150 años. 166, hasta hoy, sin faltar a su cita con los lectores. Por estas, y por muchas otras aportaciones y servicios, el 23 de septiembre de 2015, el Gobierno de España decidió conceder a Alejandro Royo-Villanova Payá la Gran Cruz de Isabel la Católica. La misma que, en su tiempo, recibieron su padre, su abuelo y su tío bisabuelo. El premio a la trayectoria singular de un hombre singular que rompe una vez más las estadísticas de El Norte, sumando 50 años al frente de su Consejo de Administración.
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