La diseñadora berciana Rosana Blanco en su exposición taller en la Moncloa de San Lázaro de Cacabelos.

ejiendo un futuro más justo desde el Bierzo a Camboya

La diseñadora berciana Rosana Blanco encabeza el proyecto Carambola, una iniciativa de comercio ético que proporciona un empleo digno a mujeres del país asiático para la creación de prendas de ropa únicas

david álvarez

Sábado, 9 de julio 2016, 12:01

Un golpe de suerte, una casualidad, una carambola es lo que ha permitido coser los hilos de dos territorios tan aparentemente distintos como el Bierzo y Camboya al amparo de un proyecto de comercio justo capitaneado por la diseñadora berciana Rosana Blanco. En homenaje a ... esa casualidad nació Carambola, una iniciativa que ha permitido la creación de dos pequeñas colecciones de prendas de ropa, diseñadas por la modista berciana y cuidadosamente elaboradas en Camboya por un pequeño equipo de mujeres que trabajan en un entorno agradable y seguro, bajo unas condiciones de trabajo éticas y tras recibir una formación adecuada por parte de Rosana. El proyecto reutiliza el material sobrante de las potentes industrias textiles del país asiático para elaborar una serie de piezas únicas que se distribuyen a través de internet y de eventos especiales en los que la diseñadora traslada su taller para que el público aprecie en directo el proceso de creación de las prendas.

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A Rosana, natural de la localidad ponferradina de Toral de Merayo, la pasión por el diseño le viene de familia y se remonta a sus primeros años de vida. Ya de pequeñita me gustaba mucho el mundo de la moda, me encantaba dibujar vestidos y hacérselos a la Nancy. A mi madre también le gustaba la ropa y la moda y siempre había cosido. Tenía estilo y muchas amigas le preguntaban qué tela tenían que comprar o con qué color combinarla, explica. Tras estudiar tres años de diseño de moda en Madrid, la berciana entró a trabajar rápidamente en un estudio de diseño de la marca Deschamps. Rosana también ha impartido clases en el Instituto Europeo del Diseño y en la Universidad Politécnica de Madrid y ha elaborado vestuarios para obras de teatro y para eventos profesionales.

La carambola que alumbró el proyecto

La vida de Rosana experimentó su particular carambola cuando, después de trabajar varios años en Madrid y en otras ciudades de España, decidió volver a su Bierzo natal. «Había dejado la moda de lado y empecé a dedicarme al cuidado de niños, pero mis amigos y conocidos me pinchaban. Me decían: tienes un oficio y lo haces muy bie»n, recuerda. «Entonces, cuando llevaba en Ponferrada ya casi tres años, conocí por casualidad a una chica que vivía en Camboya y trabajaba en proyectos de desarrollo. Ella se interesó por mi trabajo y fue quien me animó con el proyecto», explica. Esa chica es Emma Pacios, también berciana, y quien puso en contacto a Rosana con la tercera pata de la iniciativa, Paloma Martín, trabajadora de una ONG que se dedica al montaje de colegios en poblados camboyanos donde no hay posibilidades de estudiar.

Entre las tres y «partiendo de cero», como remarca Rosana, pusieron en pie un taller de confección en el que proporcionaron un trabajo digno a cinco mujeres en un poblado a las afueras de Nom Pen, la capital camboyana. «No había nada, ni mesas, ni máquinas de coser y poco a poco lo fuimos montando todo. Yo puse mi trabajo, ellas pusieron su dinero y ayudaron en logística, en ventas y en un montón de cosas», recuerda la diseñadora. Paloma ya había hecho una pequeña selección previa entre mujeres que vivían al borde de la necesidad a las que conocía a partir de sus proyectos de cooperación y Rosana se encargó de la formación de las costureras durante un periodo de tres meses. «En Camboya, las mujeres en general cosen muy bien y nos hicimos rápido las unas a las otras, aunque había cosas que hacíamos diferente», recuerda.

Reutilizando el material de grandes empresas

El resultado fue Carambola, un proyecto de comercio justo elaborado con los tejidos sobrantes de las grandes fábricas textiles de Nom Pen, donde se fabrican numerosas partes del textil que después se distribuye por todo el mundo. «Hay muchos tejidos de muy buena calidad que sobran y se venden en los mercados y nosotras los usamos porque a la gente le gusta mucho ese tipo de tejido», explica Rosana. El taller se ubicó en una casa típica camboyana donde el equipo formado por las tres españolas y las cinco camboyanas empezó su andadura. «Sacamos una primera colección a la que también bautizamos como Carambola y en la que fuimos muy atrevidas, porque no pensamos mucho en las ventas. Estábamos enamoradas del proyecto», admite Rosana.

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La diseñadora berciana recuerda que «la idea era vender en Nom Pen porque allí hay mucho expatriado, trabajadores de empresas de fuera con la necesidad de tener ropa diferente o de diseño para gente europea o americana». Pero pese a que la empresa creó varios espacios para la venta en la ciudad, los resultados no acompañaron a la aventura. «La gente allí está acostumbrada a pagar precios muy bajos por las prendas y nosotras, al tener a las chicas con un buen salario y un buen horario, no podíamos competir con otro tipo de empresas», recuerda Rosana, que se quedó al mando del proyecto cuando sus compañeras de viaje tuvieron que abandonar el barco al no poder compaginarlo con sus trabajos y su familia. Ahora Carambola soy yo sola, resume divertida.

Estilo de inspiración oriental

Al año siguiente, la berciana tuvo la oportunidad de volver al país asiático para retomar el proyecto, aunque en esta ocasión con la participación de una única chica camboyana, Heng, a la que Rosana ya considera su «amiga». Fruto de la colaboración entre ambas surgió la segunda de las colecciones elaboradas en el país asiático, a la que la diseñadora bautizó con su nombre, Rosana Blanco. Las dos colecciones reflejan la «apuesta colorista» del proyecto y la mentalidad joven y abierta que caracteriza a su creadora. «Carambola tiene más estampados, es muy alegre, se pensó para una mujer que utiliza ropa para trabajar y quiere ir guapa pero cómoda», explica. El corte de inspiración oriental se refleja en la ausencia de costuras y cremalleras, con cierres que se componen de cintas, lazos y nudos. «Cuando hacía esto, pensaba en capturar la esencia de Camboya», resume Rosana.

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La segunda colección, con una edición más limitada, se enfoca a un público con un poder adquisitivo algo más elevado y cuenta con tejidos franceses e italianos, como sedas, gasas o satén, para completar la confección de las prendas, que cuentan con una cuidada costura. «Intento ajustar los precios porque no me gusta que la ropa que diseño sea exclusiva, me gusta que la puedan llevar mis amigas», explica la diseñadora.

Pop-up store y el futuro del proyecto

Durante todo el mes de julio, Rosana mantendrá instalado su taller en la sala de exposiciones del restaurante La Moncloa de San Lázaro, en Cacabelos. El objetivo de estas pop-up store o tiendas efímeras es tener un contacto más directo con el público, que puede apreciar en vivo el trabajo de la diseñadora. Es como tener una exposición con tus diseños y una oportunidad para que la gente conozca cómo se trabaja, el proceso que lleva la creación de una prenda, explica. Este mismo verano, la modista también ha expuesto sus diseños en el patio del restaurante La Obrera, en Ponferrada, ciudaden la que estrenó su showroom el año pasado, en el café Bellas Artes. El Bierzo siempre me ha respondido muy bien, reconoce con una sonrisa.

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De cara al verano que viene, Rosana quiere volver a retomar el proyecto junto a su amiga Heng, después de abrir nuevas vías de comercialización para la ropa que diseña en países europeos como Bélgica y Francia. Sigo adelante, aunque es difícil, me muevo por ferias en Barcelona, Madrid o Asturias, pero necesito que este año las ventas funcionen bien, que haya un empujón, o el proyecto no va a ser sostenible, reconoce la diseñadora, que asegura, no obstante, que la iniciativa le ha dejado la conciencia muy tranquila.

He viajado bastante, por la India, por África, y he visto cómo trabajan allí los sastres. También he trabajado para grandes empresas y sé cómo se fabrica la ropa y lo que tiene que hacer la gente de producción cuando va a esos países a negociar, explica Rosana. Me apetecía tener una experiencia así y que ellos conocieran a otro tipo de personas que no les van a explotar, sino a proponer un intercambio, asegura la diseñadora, que pone en valor la filosofía de un proyecto que ha entretejido las dudas y los miedos iniciales con la ética del comercio justo y el esfuerzo compartido por personas de culturas diferentes. Y es que, como resume Rosana, un grupo de mujeres juntas creando algo genera una energía muy bonita.

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