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Dicen que las palabras hieren; los silencios, sin embargo, pueden matar. Al fin y al cabo, castigar con el silencio en ocasiones es más peligroso que con palabras. Un castigo que sufre en primera persona Emiliano Álvarez, uno de las víctimas de la ... pederastia del Seminario Menor de La Bañeza.
Aunque su caso fue especial. La Iglesia no le reconoció como tal hasta que una segunda víctima cursó una denuncia contra el sacerdote Ángel Sánchez Cao, «el demonio vestido de túnica y alzacuellos que cada noche metía sus manos sucias debajo de las sábanas».
Sin embargo, dos años después de cursar la denuncia, la Diócesis de Astorga le sigue «castigando» con un silencio «que duele mucho».
Más aún cuando se suceden las apariciones en los medios de comunicación por parte del obispo Juan Antonio Menéndez, reiterando su perdón a las víctimas y defendiendo la contundencia con la que ha actuado la Iglesia española frente a los abusos a menores.
La última 'puntilla' para Emiliano han sido las palabras de María José Diez, la psicológica y delegada para la Protección de Menores que constituyó la Diócesis para atender a las víctimas de la pederastia. En una entrevista para Nueva Vida – revista de noticias religiosas- Diez asegura que su objetivo será el de «asesorar y acompañar a las víctimas, recoger nuevas denuncias, visibilizar y sensibilizar, prevenir...»
Y la respuesta no se ha hecho esperar. Emiliano no oculta su indignación «ante la mentira y la falsedad» cuando, según denuncia, ninguna de las víctimas ha recibido una sola llamada para interesarse por su situación.
«Cómo puede decir eso si no ha empezado a hacer nada, si a víctimas y familiares nos han dejado en el olvido», lamenta a leonoticias Emiliano, que asegura se pregunta cómo una profesional de la psicología se ha podido «prestar a esta mentira».
«Mi nombre es Emiliano Álvarez, víctima abusos por parte de un ministro (siervo= de lo que tu llamas Dios y yo llamo demonio como la biblia. Veo que estás al mando de lo psicológico de las víctimas y su sufrimiento.
El obispo es conocedor de mi estado de saludo, sin embargo, es acojonante que digáis que os preocupáis de las víctimas cuando todavía no os habéis puesto en contacto conmigo y con ninguna víctima, continuando con el daño y la mentira de la cuál tú ahora eres cómplice.
Me da mucha pena saber que eres madre de dos niños porque eres incapaz de poner en el lugar de las madres de victimas que ha sufrido y sufren el daño que nos hicieron, de esas madres que pusieron junto con nuestros padres la ilusión y el esfuerzo para darnos una educación y una vida mejor.
Un deseo que no se cumplió pues en mi caso fui el chapero de un ministro del diablo que sigue en las filas contrarios a Dios Nuestro Señor pero en casa protegido por la Santa Cruz. Es una vergüenza de obispado.
PD. Espero que tu sueldo merezca la pena porque por las víctimas y su familia estáis haciendo daño como el señor al que sirves, el obispo José Antonio Menéndez. Me dais mucha pena.
Atentamente, un siervo de Nuestro Señor Jesucristo»
Por ello este leonés ha hecho uso de la cuenta de correo - proteccionmenores@diocesisastorga.es- constituida por la Diócesis para remitir a la psicóloga un escrito en el que la acusada de ser cómplice del daño y de la mentira sostenida en el tiempo por la Diócesis de Astorga.
Es más, se pregunta cómo una madre de dos hijos no es capaz de ponerse en la piel de su madre que «hizo un esfuerzo para darme la mejor educación y una vida mejor, lo que en mi caso no se cumplió ya que yo fui el chapero de un ministro del diablo que sigue en las filas del demonio pero en casa protegido por la Santa Cruz».
Palabras llenas de dolor y rencor y con las que, de alguna forma, quiere volver a trasladar a la Diócesis de Astorga el daño que causaron y que siguen causando en las víctimas.
«Es hora de que entiendan de una vez por todas el daño causado y no para que nosotros nos pongamos de rodillas. Se acabó de insultarnos», sentencia Emiliano, que asegura que cada palabra de un responsable de la Diócesis no hace otra cosa que generar más miedo y abrir una herida que ni el tiempo consigue cicatrizar.
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