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Con motivo del fallecimiento del académico y filólogo de la RAE Gregorio Salvador Caja el pasado 26 de diciembre, el periódico Ideal publica un documento inédito que remitió su amiga la profesora María Dolores Pellitero. Es la despedida que dirigió el académico ... a sus alumnos de sexto curso cuando pensaba que iba a dejar el Instituto de Astorga. Había llegado a ese centro por un año, en el curso académico 1960-61, debido a un confuso castigo relacionado con la moralidad, por una denuncia de un obispo auxiliar de la ciudad en la que impartía docencia. Se despidió de los alumnos pensando que ya no volvería, pero ellos, entusiasmados por su docencia, fueron a despedirle a la estación. Él les respondió con esta carta que refleja las razones por las que volvió al instituto de Astorga, del que llegó a ser director, y permaneció allí hasta 1966, cuando obtuvo la cátedra de universidad. Además de su gran valor literario y sentimental, este documento, en un momento en el que de nuevo se acaba de aprobar una ley de educación de dudosos resultados, algo que él detestaba, es también un homenaje a los catedráticos y profesores de la enseñanza no universitaria.
A mis alumnos de sexto curso.
Queridos amigos:
Esta es la carta que les prometí en el momento de la despedida. Han pasado demasiados días: el viaje, la llegada, el simple goce de la vuelta a casa, a las presencias entrañables, a la intimidad familiar. Apenas si he hecho otra cosa que conversar, leer algún libro y disfrutar del mar y el aire. Y recordar, recordar mucho. Y en este recordar están ustedes y su despedida inolvidable. Inolvidable por muchas razones. Pero sobre todo porque ella ha dado sentido a mi estancia en Astorga y le ha prestado su relieve a los meses pasados ahí y a la cordialidad y el cariño con el que se me ha tratado. Para decirlo con un término de nuestra asignatura, Nuestra Asignatura y no mi asignatura, pues sin ustedes no habría asignatura para mí y si la asignatura es algo, ese algo es una conversación entre ustedes y yo… bien, para decirlo con una palabra de esa conversación, la despedida de ustedes fue como el epifonema que dio sentido y valor a mis días astorganos (y no me pongan ustedes esa cara, todos saben muy bien lo que es un epifonema. Epifonema es un verso o cláusula final en el que el escritor resume exclamativamente todo lo que acaba de exponer). Pues bien, aquella tarde en la estación supieron poner ustedes un epifonema a mi presencia en Astorga y me convirtieron así en una especie de poema perfecto y acabado. Y cuando un trozo de vida adquiere ese difícil valor poemático, ese trozo de vida tiene ya asegurado un puesto para siempre en el recuerdo y el corazón.
Y he aquí por qué yo, que llegué a Astorga sin otra ilusión que aguardar el día del regreso, con el pensamiento poblado de relojes y almanaques –los relojes que habrían de medir las horas de espera, los almanaques donde habría que tachar las fechas del destierro– he acabado dejando Astorga con el alma atravesada en la garganta como una «nuez de ballesta» que decía D. Quijote y que fue lo único que yo supe decirles a ustedes en el instante del adiós. El mismo nudo del alma me impedía decir otra cosa. Que no es por la boca sino por los ojos por donde estos nudos pueden desatarse.
Muchas gracias, yo me llevaba las manos llenas y ustedes me lo hicieron ver. Y en el recuerdo de tantas cosas como he hallado en Astorga, me he encontrado a mí mismo. Es desesperante que nuestro ser mejor y nuestros actos se reflejen torcida y agriamente en los demás. Llega uno a dudar de su propia condición y a enmarañarse con el hilo de su existencia. Así estaba yo últimamente. Y ustedes, ustedes y todos mis amigos de Astorga, me han reflejado no como soy yo, que no llego a tanto, sino como yo quisiera ser. Me han dado con esto un ímpetu y una meta. Intentaré ser realmente el hombre que ustedes piensan que soy, para que, cuando volvamos a encontrarnos, no se sientan defraudados.
Creo que los veré en septiembre. Incluso es probable que empiece el curso ahí. A ningún grupo me gustaría tener tanto como a ustedes el próximo año, en el Preuniversitario. Porque sea cual sea la sorpresa temática que éste nos depare, con ustedes solo sería la continuación de un diálogo ya iniciado acerca de ese maravilloso instrumento de expresión que es la palabra y de toda la carga de emoción y de vida que las palabras pueden darnos. Pero no será posible, me parece. Lo que tampoco debe preocuparnos ni a ustedes ni a mi. Porque una verdad que han de ir aprendiendo y humildad con ella es que nadie es insustituible. A lo más que podemos aspirar es a ser inolvidables.
En definitiva lo que ha ocurrido ha sido lo siguiente: ustedes que tienen la edad de la emoción, me han encontrado en una asignatura emocionante. Y han equivocado los términos, desmesurando la idea de mi labor. No, aunque yo me vaya, la emoción seguirá estando en la literatura. Y he de ir acabando esta carta, que ha sufrido varias interrupciones, lo que tal vez la haga inconexa, y que demora ya tres fechas su salida. Temo incluso que llegue cuando se hayan examinado y no los encuentre a todos en Astorga. Quisiera que les llegara antes con mi confianza y mis mejores deseos para el examen. Espero mucho de ustedes.
La carta va para todos. No para todos igual porque, gracias a Dios, cada uno de ustedes es distinto y yo les agradezco una despedida en la que cada uno puso algo diferente o se puso a sí mismo en la hondura que yo no puedo precisar, han de ser ustedes por sí mismos los que juzguen, uno a uno, en qué medida cada cual se siente destinatario. Yo la envío al sexto curso, pero no los pienso como colectividad sino como personas, como personas en su plena individualidad. No es cuestión ahora de pasar lista. Ni siquiera señalar a los que dieron forma al adiós en palabras escritas, cuyas cuartillas tengo delante y mantienen viva su voz en mis oídos, ni a las chicas que desbordaron en lágrimas su sentir, cuyos rostros fue lo último que vi en Astorga y ponen un velo de pena a la Astorga de mi recuerdo.
A todos, mi amistad y mi cariño
Gregorio Salvador.
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