Tras cuatro años de lucha y cuatro misivas al Papa Francisco, el leonés que destapó los abusos en el Seminario Menor de la Bañeza, sigue clamando justicia para él y todas las víctimas de la pederastia en la Iglesia
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Son palabras cargadas ... de dolor, que esconden el horror vivido en una infancia marcada por los abusos sexuales, silenciados durante años. Pero también palabras de valentía, del niño hoy convertido en hombre dispuesto a desvelar la verdad más dolorosa y a pedir justicia.
Con el corazón en un puño y roto de dolor, Francisco Javier, el leonés que desveló los abusos en el Seminario Menor de La Bañeza, volvió a encontrar las fuerzas necesarias para volcar sus sentimientos en una hoja en blanca.
Su destinatario, el Papa Francisco. Al mismo al que en 2014 le desveló las vejaciones a las que fue sometido junto a su hermano gemelo por el párroco José Manuel Ramos Gordón y que desencadenó una investigación que confirmaría los abusos.
En cada reglón se hacen visibles la rabia y la impotencia de una víctima indignada por el trato recibido por el Obispado de Astorga y la Santa Sede, sin consideración frente al trato de favor que reciben los «sacerdotes y obispos criminales».
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Porque España no es diferente a cualquier rincón del mundo. Aquí, escribe en su carta, también se repite la «impunidad» de los «criminales» de la Iglesia, que «usan estrategias hipócritas para justificarse».
Francisco no quiere repetir el calvario que vivió, porque le «produce dolor y asco», pero sí le recuerda al Papa que la peor de las corrupciones es la corrupción de lo sagrado, la que hizo Ramos Gordón, corrompiendo el cuerpo y espíritus de niños, ayudado por el silencio cómplice de aquellos miembros de la Diócesis que lo supieron y callaron.
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«Sus cinco sacerdotes y su obispo encubrieron, permitieron, avalaron, ampararon que su sacerdote abusara de mi hermano y de mí repetidamente. Se iban a dormir siendo conocedores de los salvajes, atroces y crueles actos».
Y por ello, se pregunta qué hubiera sido de su vida sin ese horrible pasado. «Sus sacerdotes nos daban lecciones de que eran merecedores del cielo, a nosotros nos entregaban al infierno que vivíamos cada noche. ¿Puede su Santidad hablarme del cielo?... Del infierno le puedo hablar yo».
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Y frente a ello, continúa, el obispo de Astorga guarda silencio, el mismo que mantiene Ramos Gordón, ahora recluido en un monasterio, su única pena por los abusos cometidos, y que fue premiado y permitiéndole estar un año más al frente de la parroquia de Tábara. «La Iglesia de Astorga no asume sus crímenes y se lava las manos como Poncio Pilates».
Todo ello a pesar de que el obispo de Astorga le miró a la cara y le aseguró que haría cumplir el «ridículo e insultante» castigo impuesto a Ramos Gordón, a la par que trasladó sus palabras de perdón que no son más que «palabras vacías, sin acciones. Un perdón que no le va a servir a mi hermano, que falleció sin obtener justicia».
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Una justicia que tampoco llega para él. Cuatro años de lucha, cuatro cartas al Papa sin respuesta, que no han servido para hacer justicia, «para que de una vez por todas la Iglesia esté dispuesta a aceptar sus crímenes, condenarlos y reparar los atroces actos».
Una justicia que Francisco clama cada día, horrorizado, hoy más que nunca, por la elección del obispo de Astorga para presidir una comisión antipederastia en la Iglesia española.
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