La creatividad, la sensibilidad o la rebeldía necesarias para ser artista parecen a priori contrarias a un sistema de rigurosidad jerárquica y recia disciplina. Pero los artistas saben bien lo que es batirse el cobre y el trabajo duro no es motivo de susto ... ni disgusto. Así que con la mili ocurre lo que con las opiniones y las posaderas. Cada uno tiene las suyas. El siempre honesto Jorge Martínez, de Ilegales, defiende que «es un mal necesario», pese a que «tolerábamos de muy mala gana que se nos arrancase de nuestros trabajos, estudios y sobre todo de ese disfrute de los años jóvenes que tan fugazmente se diluye». Cree que a la sociedad civil le hace falta cierta formación militar porque «un pueblo que no tenga capacidad de defenderse está condenado a sufrir toda clase de atropellos». Y recuerda que antes de que se instaurase el servicio militar de leva, «una modernidad que llega con la Revolución Francesa», los ejércitos «se componían exclusivamente de mercenarios».
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«A pesar de los meses pasados en un centro de instrucción de reclutas en el que se produjeron ocho muertes en dos meses, la mili fue un trámite tedioso, pero fácil para mí», narra. Quizá tenía ventaja. Probablemente, «haber pasado por internados y centros educativos para niños 'difíciles'» le sirvió de preparación para asumir «cualquier esfuerzo o situación extrema que pudiera presentarse». Así que sus meses acuartelado en Jerez de la Frontera «fueron especialmente agradables». Corría 1976.
Un par de años antes, uno de los grandes de las tablas asturianas, el actor y director teatral Etelvino Vázquez, coincidía durante su periodo de instrucción en El Ferral (León) con otro asturiano, el indiscutible director de escena Emilio Sagi. Por si fuera poco, compartieron aventura con el escenógrafo Luis Antonio Suárez. El resultado, el previsible: «Al final del primer trimestre de formación hicimos un festival. representamos 'La Jácara del avaro', de Max Aub, y también había un coro, que dirigía Sagi».
El año de servicio restante, lo pasó Vázquez en El Milán. «Fui escribiente, había una burocracia como del siglo XIX. Recuerdo que me pilló allí la marcha verde y no podíamos salir del cuartel. Y, también, que por las mañanas iba a la oficina y por las tardes me pegaba al transistor a escuchar la revolución de los claveles», cuenta. Descubrió otras verdades: «Yo venía de un mundo progre, del teatro, y allí me encontré con la realidad de Asturias».
Más dura fue la experiencia del tenor Joaquín Pixán. En 1971 trabajaba, estudiaba, estaba casado y acababa de tener una hija de la que no se quería separar. Tuvo que irse a El Aaiún - «Marruecos no nos quería allí, como se demostró más tarde»- y su experiencia en el Sáhara no le aportó mas que «un gran disgusto por separarme de mi familia». Los ejercicios de formación en el desierto eran «un asco» y la mili, en general, «no fue nada útil».
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El suyo dista mucho del buen recuerdo que guarda Etelvino Vázquez, quien «pasados los años y con la edad que tengo, volvería a aquello». Hay algo innegable en las palabras de Jorge 'Ilegal': «Uno no es serio a los veinte años».
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