Secciones
Servicios
Destacamos
MARÍA DE LA PEÑA FERNÁNDEZ NESPRAL y Álvaro Ybarra Zavala
Texto | Fotos
Martes, 15 de noviembre 2022, 18:17
Jineth Bedoya tenía 25 años y era reportera del segundo periódico más importante de Colombia, El Espectador, cuando el 25 de mayo de 2000 se convirtió ella misma en protagonista de la noticia. Ese día se encontraba a las puertas de la cárcel Modelo de Bogotá para entrevistar a un jefe paramilitar. Quería aclarar las amenazas que recibía su diario. Delante de una patrulla de Policía y seis agentes fue secuestrada, torturada y violada por tres hombres. «En una sentencia histórica», 22 años después el Estado fue declarado culpable. Hoy es embajadora de la ONU y Premio Mundial de la Libertad de Prensa de la Unesco, y sigue siendo reportera a pesar de las duras secuelas que padece. La entrevistamos en Madrid, de paso para asistir al II Congreso Internacional de Periodismo Miguel Delibes.
- ¿Cómo está?
- Vengo del Tíbet. Llevo 22 años sin parar, sin tomar un descanso, desde el 25 de mayo aquel del año 2000. En los últimos tiempos, mi salud se ha deteriorado muchísimo. El neurólogo me dijo que los médicos hacen el 50 por ciento, pero que el otro 50 lo tengo que hacer yo. Debo buscar cómo llevar el resto de mi vida lo que he padecido y me recomendó ir a Nepal.
- ¿Qué secuelas padece?
- Desde el secuestro han empezado a salir muchas cosas físicas porque me torturaron, me golpearon... Hace un año no podía caminar. Tengo tres hernias discales y una crisis de vértigo muy grande.
- Lleva dos décadas en el periódico El Tiempo, el diario de mayor circulación y más importante en Colombia. Fue subdirectora y ahora editora de temas especiales. ¿Qué significa 'temas especiales'?
- Sigo escribiendo reportajes sobre el conflicto armado. Antes de salir a este viaje, hice un recorrido por una parte selvática de Colombia. Yo realmente soy periodista, nada más. El activismo llegó a mi vida por una circunstancia, pero soy periodista.
- ¿Qué ocurrió ese 25 mayo frente a la cárcel Modelo?
- Llevaba dos años haciendo una investigación sobre tráfico de armas, y muchas de ellas salían de la cárcel Modelo; era como el punto de tránsito. Empiezo a recabar documentación y a contar lo que pasa dentro, que la cárcel era una oficina desde donde se coordinaba todo... A partir de ahí empiezan a llegar las amenazas al periódico y la decisión del editor fue que fuese a la cárcel a entrevistar al que supuestamente estaba mandando las amenazas.
- Usted tenía todos los permisos para hacer esa entrevista y estaba esperando a entrar en la cárcel.
- Sí. Además, frente a la cárcel hay un carro de Policía y seis agentes prestando servicio. Lo que es inexplicable es que llegues a la cárcel para hacer una entrevista con todos los permisos para entrar y que te secuestren en la puerta y que la Policía no vea nada. Es lo más absurdo del mundo. [No puede seguir contando lo que pasó. Su relato del secuestro y violación se acaba ahí].
- Tomó la decisión de no irse de Colombia después del secuestro y de las amenazas que sigue recibiendo.
- Sí. La última llegó hace dos meses. Llegan de muchas formas; en panfletos, llamadas, mensajes… Me dicen que no me siga metiendo en lo que no me importa, que me dan 24 horas para marcharme del país, que ya saben lo que a mí me gusta, que es que me violen… Muy difícil convivir con eso.
- Pero no se va de Colombia.
- La gente no lo entiende porque piensa que lo normal es que me fuese a un país donde pueda estar tranquila. Pero es que en Colombia hay millones de personas que han afrontado lo mismo que yo. Es justicia y amor a mi país. Todos los días, cuando me acuesto, creo que he hecho algo que ha ayudado a alguien, y eso me da algo de paz.
- Una de las medidas de reparación que solicitó en el juicio fue cerrar la cárcel Modelo, por considerarla «un símbolo de impunidad». Desde allí todavía se ordenan todo tipo de crímenes, pero el tribunal no accedió a su petición.
- Desde la cárcel Modelo se ha ordenado gran parte de los crímenes que han ocurrido en Colombia. Tiene un 600 por ciento de hacinamiento. Ha funcionado como oficina de la guerrilla cuando era un grupo armado, como oficina del paramilitarismo, pero también desde allí se mueven todos los negocios de narcotráfico, de venta de armas… No se logró su cierre, pero se ordenó que se cree un lugar físico para que funcione como un centro de memoria a nivel mundial sobre la violencia sexual.
- ¿Cree que con la llegada de Gustavo Petro algo va a cambiar en el país?
- Es un momento de mucha incertidumbre. Venimos de muchas décadas donde la corrupción ha permeado todos los niveles. Cualquier cambio será una esperanza porque venimos de un momento muy difícil. La izquierda puede dar un buen resultado o puede ser catastrófico.
- ¿En qué punto está el acuerdo final del proceso de paz?
- Va a llevar mucho tiempo hasta que se pueda materializar. Tuvimos cuatro años de gobierno de Iván Duque en que ese acuerdo final quedó en standby. Dentro de ese proceso hay un proceso largo de narcotráfico. Veremos si el modelo de lucha contra las drogas que Petro ha ofrecido va a funcionar o va a ser también un fracaso. Seguimos siendo el primer productor de cocaína a nivel mundial…
- ¿El narcotráfico le quita mucho protagonismo a la violencia sexual?
- Lo tapa, pero es un apéndice del negocio. En Colombia, las estructuras de narcotráfico como el Clan del Golfo se volvieron unas multinacionales que no solo manejan el tema del narcotráfico, sino que tienen diferentes negocios. Gestionan la explotación minera, el tráfico de personas y tienen un capítulo muy importante para la explotación sexual. Han ofrecido diferentes lugares de Colombia como un paraíso para el turismo sexual. Ahí está la venta de virginidades, el tráfico de menores, niñas entre los 12 y los 14 años… Todo eso deja enormes ingresos.
- Su juicio fue muy duro. Le hicieron contar su testimonio del secuestro doce veces.
- Me tocó contar doce veces cómo me violaron, cuántas veces lo hicieron... Y lo más triste, difícil y humillante es que la última declaración, la número doce, fue contarles a mis violadores cómo ellos me habían violado.
- Eran paramilitares y hoy hay dos en la cárcel.
- Sí. Hubo un tercero que me violó y al que nunca han encontrado. Pero, más allá de quiénes cometieron el hecho material, mi gran dolor y lo que no me va a dejar descansar son los autores intelectuales. El general de la Policía que, en su momento, fue denominado el mejor policía del mundo es quien ordenó mi asesinato. Ni siquiera ha declarado ante la Fiscalía. Eso no me permite cerrar todo el ciclo. Está él y, debajo de él, una cantidad de policías, oficiales, militares a los que nunca van a tocar.
- Es paradójico porque a su vez la acaban de nombrar embajadora de la Policía para liderar la equidad de género en el organismo.
- ¿Qué hago yo cargando con esa rabia toda la vida? ¿Y odiando a la Policía? Los que me mataron en vida fueron 15 o 20 malnacidos. Son ellos quienes tienen que responder. En mi trabajo periodístico encontré hombres excepcionales que me devolvieron la confianza en que la Policía es una institución que cuida a los ciudadanos.
- Usted perdona, pero no olvida.
- Yo no he perdonado porque hay cosas imperdonables. Yo no voy a perdonar nunca a ese general de la Policía que ordenó matarme, pero tampoco me voy a quedar con la rabia. Mi respuesta es ayudar a la Policía para que no se parezca en lo más mínimo a él. Decidí no perdonar, pero sí transformar ese dolor en ayudar a otros.
- Ordenaron matarla, pero al final no lo hicieron y, en su lugar, fue violada y torturada.
- El objetivo era matarme. Sigue siendo una incógnita el porqué no me mataron. Mi conclusión es que era un mayor escarmiento para la prensa entregar a una compañera muerta en vida, porque acabaron con mi vida y no sé si la recuperaré, que muerta.
- ¿Sigue siendo Colombia uno de los países más peligrosos para ser periodista?
- Definitivamente. Sigue siendo uno de los países donde más se vulnera la libertad de expresión. En los últimos diez años, América Latina ha tenido un recrudecimiento de la violencia contra la prensa. México es el país donde más periodistas son asesinados. Es muy triste que después de haber vivido un proceso tan largo de narcotráfico, de paz, las garantías para poder informar sigan tan frágiles. A nosotros los periodistas nos siguen llegando las amenazas.
- ¿Qué le hace levantarse con ánimo por las mañanas?
- El periodismo. Yo estoy aquí sentada contigo y respiro gracias al periodismo. Es ilusionarme, sentir la adrenalina, es una forma de vida.
- ¿Dónde queda el futuro del periodismo frente a las fake news y los problemas de financiación?
- Es un momento de grandes retos para el periodismo a nivel global. Uno de esos retos es competir con las fake news; publicar la información y la investigación suficientemente comprobada, profunda y elaborada para que la gente apueste por pagar por esa información. Nos medimos frente a lo que se ha denominado el periodista ciudadano, que cualquier persona pueda transmitir información sin verificar, sin investigar, nos deja en un reto muy grande. Más allá de la sostenibilidad económica, el futuro del periodismo radica definitivamente en volver a rescatar la esencia de lo que somos como periodistas, de untarnos de calle, de estar en contacto con la gente, de volver al fondo de la investigación. Y sobre todo, de reivindicar el oficio. Cuanto más seamos capaces de producir contenidos con el suficiente fondo argumentativo y comprobado, más iremos desplazando toda esa nueva forma de información mediocre y falsa que lamentablemente entró a jugar muy fuerte dentro de las redes sociales y de internet.
- ¿Duerme bien?
- No. Yo ahora no duermo; casi nada. Las pesadillas ya pasaron, pero no consigo conciliar el sueño. Duermo unas tres horas. Es una de las cosas que le reclamo al secuestro todos los días porque antes dormía perfecto.
- ¿Cuál es el mayor peso que arrastra aún en su vida diaria?
- El no poder sentirme libre. Salir de casa y ver el carro blindado y todos los escoltas. Eso me pesa muchísimo. Y las cicatrices de la tortura pesan aún.
- ¿Cómo se siente en Madrid?
- ¡Salir es un respiro! Es liberador. Sin guardaespaldas. Pero me pasó algo complejo en Katmandú, estos días pasados, en Nepal. El segundo día iba por una de las calles caóticas de la ciudad y de un momento a otro me vi sola sin los guardaespaldas y entré en pánico. ¡Llevo 22 años con varios escoltas a mi lado!
Noticia Relacionada
Publicidad
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.