El precio del silencio
Oihana Marco, psicóloga y antropóloga experta en género Islam e inmigración
Martes, 22 de marzo 2016, 18:13
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Oihana Marco, psicóloga y antropóloga experta en género Islam e inmigración
Martes, 22 de marzo 2016, 18:13
Tras los atentados de París, el principal sospechoso y autor material de los ataques, Salah Abdeslam, fue detenido el pasado viernes después de habérselo comido la tierra durante cuatro meses. No estaba ni en Turquía, ni Siria ni en Marruecos, como se llegó a pensar. ... Estaba mucho más cerca, en su barrio de toda la vida, viviendo a escasos metros de su casa, en el barrio ya 'maldito' de Molenbeek. Y fueron su familia, sus amigos y vecinos los que le ayudaron a permanecer escondido hasta el día de su arresto. Al parecer, Abdeslam se escondió en el sótano del apartamento de la madre de un amigo que no tenía ningún vínculo con militantes del Estado Islámico, según apuntó ayer el diario 'La Libre Belgique'.
Lo que parecía una victoria 'temporal' contra el Daesh, de nuevo, ha durado poco ya que Bruselas despertaba hoy a golpe de bombas activadas por yihadistas. Aún hay muchos datos por confirmar, pero las cifras oficiales hablan de 23 muertos en dos estallidos en un aeropuerto y en una parada de metro de la capital.
Abrumada me vuelvo a conectar a la radio, televisiones internacionales o redes sociales para seguir lo ocurrido. Desde fiscalía en la lucha antiterrorista aquí en España se dice que se está trabajando para garantizar la seguridad ciudadana, algo tan difícil de conseguir y tan efímero, pero que a nivel psicológico tiene su repercusión en la tranquilidad de todos. Se habla de pactos antiterroristas, del nivel de amenaza en el que estamos (actualmente 4), de comparecencias precoces (la del primer ministro francés), tardías (la del primer ministro belga) o como ya viene siendo un clásicoinexistentes (como la de nuestro presidente en funciones) al menos mientras escribo este artículo.
Pero mientras sigo todas las informaciones, hay algo que, como psicóloga y antropóloga no deja de llamarme la atención, algo sobre lo que me gustaría leer más a menudo. Algo que en anteriores artículos he tratado de subrayary es no sólo la necesaria voz articulada y crítica de los musulmanes europeos, sino también sobre el trabajo necesario que debe llevarse a cabo para saber qué está ocurriendo a un nivel socioeconómico y etno-cultural en subculturas urbanas y en estas generaciones de jóvenes y qué ocurre para que familiares y amigos decidan ocultar a Abdeslam guiados por la ley del silencio y la Ummah (unidad de los musulmanes).
Como contextualización, decir que la mayoría de los combatientes del Estado Islámico en Siria e Irak han hecho de Bélgica un punto de reclutamiento; la mayoría de ellos, jóvenes en paro que se sienten marginados y que viven a pocos kilómetros del centro neurálgico del poder en Europa -la OTAN y las principales instituciones de la Unión Europea tienen su sede en la capital belga-. Esas mismas instituciones de las que muchos se sienten desconectados políticamente. En Molenbeek la tasa de paro roza el 31% y la de los jóvenes supera el 40. Actualmente, Bélgica es el mayor proveedor de terroristas islámicos en Europa. Más de 300 belgas se han ido a combatir a Siria e Irak, según una estimación del think-tank belga Egmont. Y esto es preocupante. Además, Molenbeek se ha convertido en foco de atención mediática, algo que los estigmatiza aún más y las autoridades no ayudan tampoco a que sus habitantes encuentren su lugar como ciudadanos belgas.
Pero lo que más me interesa analizar o al menos reseñar, es que no fue el Daesh quien dio cobijo o protección a Abdeslam, sino que lo obtuvo de una red de amigos, familiares e incluso una red de delincuentes con los que ya anteriormente había hecho chanchullos por los que había ido a la cárcel anteriormente.
¿No resulta curioso?
El silencio de estos vecinos, familiares y amigos me recuerda al silencio de vecinos, familiares y amigos que no denuncian el maltrato de una mujer. Mujeres maltratadas, asesinadas a manos de sus parejas esas parejas de las que todos los vecinos decían ser hombres amables, y vecinos ejemplares. Todo el mundo sabe que a un maltratador se le oye, pero es más 'fácil' mirar hacia otro lado para evitar responsabilidades o verse implicado en asuntos que muchos denominan "íntimos y domésticos". Ese silencio del testigo, del vecino que escucha gritos, discusiones o ve un ojo morado en la vecina al día siguiente es un arma de doble filo. Con ese silencio y falta de implicación social, damos alas a quienes se amparan en la intimidad de su casa. Todos somos cómplices y responsables. Lo mismo me ocurre con la familia y amigos que escondieron a este terrorista. Aún recuerdo cuando salieron en la televisión su madre y hermano criticando la terrible matanza perpetrada por los dos hermanos Abdeslam. Esas mismas personas, ahora le ocultaron. Ayudar a un familiar, aunque la sangre nos tire, nos hace cómplices y convierte en enferma a una sociedad que debería fomentar más la colaboración ciudadana en pro de unos valores morales que ayuden a la prevención y cohesión social , pero también ejerzan la censura social ante personas que atentan contra vidas humanas inocentes. Ninguna idea política ni religiosa o cultural puede justificar el asesinato, ni en caso ni el otro.
Creo que el trabajo que hay que hacer, de nuevo insisto, debe partir desde dentro de la comunidad musulmana primero. Ya que, muchas veces debido a una desconexión y falta de comunicación intergeneracional, conductas que podrían identificarse como inicios de radicalización pasan desapercibidas dentro de las familias. A su vez, en el caso de los hermanos Abdeslam, el hecho de que hubieran dejado de delinquir y de tomar drogas para acercarse al Islam (o por ello) y acudir más a la mezquita, fue lo que sus padres vieron con buenos ojos. Por ello, debe de haber un trabajo conjunto entre familias, líderes religiosos y también por parte de las autoridades públicas y políticas para estrechar el diálogo tratando de identificar y prevenir que se transmitan discursos radicales a sus jóvenes. Todo ello debe de hacerse con todas las partes implicadas porque si sólo nos concentramos en las medidas policiales antiterroristas estaremos poniendo parches pero no atajando el problema de raíz.
Hay muchos aspectos complejos que trabajar pero la regulación social que ya ejerce la comunidad musulmana, en general, con respecto a otros aspectos como llevar el velo, cómo llevarlo bien al estar representando al Islam, u otros aspectos que regulan la moral comunitaria a través de, generalmente, la mujer debería también aplicarse a estos casos en los que se esconde, justificándolo con ello u apoyándolo, a terroristas cuya motivación es sembrar el terror y matar víctimas inocentes en nombre de un Islam, que nada tiene que ver con ello. Entiendo que hay muchos musulmanes que ya se han alzado y han dicho que estos actos no se hacen en su nombre, pero creo que deberían de trabajar más a nivel comunitario para liderar argumentos sin fisuras que no den cobertura ni alas a estos desalmados.
La comunidad musulmana global europea no apoyará el yihadismo islámico del Daesh pero deben salir del victimismo en el que se amparan, fruto de una creciente islamofobia especialmente después de atentados como el de París, Bruselas, etcétera. Deben comenzar a liderar un debate interno entre los jóvenes musulmanes europeos porque tienen la responsabilidad de cambiar el Islam desde dentro.
En cualquier caso, el trabajo es necesario hacerse desde dentro y desde fuera, y hay que trabajar porque estas generaciones de chicos en paro y con incipiente desafección por su vínculo con el país en el que nacieron y viven, donde no consiguen avanzar y prosperar económicamente, vayan siendo escuchados también.
Como sociedad democrática debemos enfrentarnos al yihadismo en Occidente desde muchas más áreas y frentes (no sólo la legal, policial, política y de seguridad), pero siempre sin renunciar a nuestros derechos y principios y considerando a todas las partes implicadas en el problema. Porque este problema es de todos y el silencio tiene un precio.
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