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Mercedes Gallego
Martes, 19 de julio 2016, 07:40
Quienes no se han resignado a que Donald Trump represente al partido de Reagan en las elecciones de noviembre intentaron ayer una última revuelta. La empezaron los delegados de Utah, tierra de mormones, donde gente como Scott Hacking aseguraba que Trump no representa mis valores.
Los anti Trump están convencidos de que si se da a los delegados libertad para votar de acuerdo a su conciencia, en lugar de obligarlos a votar por él si ganó en su distrito, el estridente multimillonario no sería coronado candidato el jueves. El Comité de Reglas ya aprobó la semana pasada que los delegados deben ser fiel al dictado de los 14 millones de votos que ha recogido el magnate, pero según las reglas si siete estados solicitaban una votación de viva voz estado por estado, debería procederse a la misma. El partido, sin embargo, no estaba dispuesto a esa humillación, que hubiera hundido la convención y podría haber dejado a la formación sin candidato.
La presidenta del Comité de Reglas Enid Mickelson se proponía cerrar la discusión con una simple votación al unísono de viva voz que rubricase la decisión del comité. Según ratificó de oído el encargado de procedimientos, los del sí eran más. ¡Votemos, votemos!, coreaban algunas delegaciones en el suelo de la convención. Asustados, los asesores de Trump empezaron a correr frenéticamente por los pasillos en busca de apoyos. Para cuando el senador de Utah Mike Lee se acercó al micrófono para decir que contaba con el apoyo firmado de once estados que exigían que cada delegación votase sobre esta regla, el congresista de Arkansas Steve Womack, que se encarga del procedimiento, simplemente abandonó el estrado dando por terminado el proceso. Su explicación es que tres de los estados declarados como anti Trump habían cambiado de opinión, dejando a los que pedían la votación con un número insuficiente para demandarla, aunque ellos aseguren que esa cuenta no es correcta y simplemente fueron estafados.
Unas y otras delegaciones empezaron a enfrentarse a gritos. Algunos delegados de Utah incluso fueron amenazados al salir del servicio y conminados a abandonar la convención y hasta el partido. El fiscal general de Virginia, Ken Cuccinelli, delegado de Ted Cruz y líder anti Trump, llegó a arrojar al suelo las acreditaciones de la convención que llegaba colgadas del cuello, en un gesto de indignación y repudio.
Sólo el apasionado discurso del ex alcalde de Nueva York Rudi Giuliani devolvió la normalidad a una convención destinada a exaltar los méritos del candidato que, en su primer día, no lograba arrancar muchas filias. Ni si quiera el gobernador de Ohio, el estado que auspicia la convención estaba presente, como tampoco los Bush o una docena de senadores que han encontrado excusas para no asistir tan banales como tener que cortar el césped.
Trump lo arregló a su estilo, con una entrada triunfal copiada de Michael Jackson que dibujaba su perfil en una cortina de humo. Se supone que el nominado no aparece en el escenario de la convención hasta el último día, cuando se le corona, pero Trump escribe sus propias reglas. Ayer quería un baño de masas y para ello utilizó como excusa la presentación de su esposa Melania, una modelo de Eslovenia que plagió frases del discurso de Michelle Obama en la convención de 2008. A la pareja le puso la música Queens, con su canción We are the Champions, porque, a diferencia de Bruce Springsteen, The Rolling Stones, Adele y tantos otros que le han prohibido legalmente que use sus canciones, Freddie Mercury ya no puede levantar la cabeza.
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