LAS PAREDES HABLAN
OPINIÓN POR ANTONIO COLINAS
Tres escultores
Sentir la creación artística por medio de aquella actividad en la cual...
03/07/2015
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Armonizando
...la materia adquiere vida plena: el barro, la madera, la piedra, el bronce, la escayola, el hormigón. Sentirla en las manos del escultor, gracias a esa fusión del cuerpo del artista con la materia del mundo en una unidad preciosa. Otras artes recurren exclusivamente a sentimientos y a pensamientos, y la materia telúrica se ve como sobrevolada, sometida exclusivamente a la contemplación. Pensaba así, el otro día, cuando tres escultores de Salamanca eran reconocidos en el Teatro Liceo con las Medallas de Oro de la ciudad: Agustín Casillas, Fernando Mayoral y Venancio Blanco.

Uno de ellos, Mayoral –reparando en esa presencia de la materia esculpida y amada– nos dijo que «escultura y arquitectura son primas hermanas»; con lo cual incorporaba directamente a Salamanca a su profesión, la ciudad en la que la arquitectura, con sus muy variados estilos, parece achicar al resto de las artes.

Estos escultores representan, de manera ideal, a los tres territorios, o maneras de vivir Salamanca, que la conforman. Casillas nació en la misma ciudad, muy cerca del río Tormes y de donde están instaladas dos de su obras más emblemáticas: el Lazarillo y su amo, junto al puente romano y el robusto toro de piedra, y la Celestina que escucha los silencios en el Huerto de Calixto y Melibea. Venancio Blanco representa a la Salamanca de la provincia, y en concreto a la del mundo de las dehesas, valioso ecosistema donde los haya. Su padre, que fue mayoral de campo, y símbolos como los del toro o el caballo, han tenido por ello una gran presencia en su obra, junto a los temas religiosos o paganos (aquí su inolvidable viñeta para la portada de la colección Adonáis de poesía). Mayoral, extremeño instalado desde niño en la ciudad, representa a los salmantinos que también la han engrandecido a lo largo de los siglos sin haber nacido en ella.

Pero la tarde en el Teatro Liceo nos transmitía en los discursos de agradecimiento de los tres escultores, ideas de más calado para remontar por ello los localismos y atender a las razones últimas de su arte. Primordial fue por ello el consejo que a Venancio Blanco le da su padre: «No te puedo dar más que la libertad». Un padre no le puede dar un consejo mejor y más alto a un hijo que elije los difíciles, y no siempre comprendidos en los inicios, caminos del arte.

Hubo teoría, pero especialmente mucha vida en las palabras de los tres escultores: Casillas lo hará a través del relato de su infancia, de sus maestros, de su sintonía con temas originarios, como la mujer o la maternidad. Asomó también en las palabras un nombre decisivo para cualquier creador: Italia. El ejemplo civilizador de la cultura de este país se manifestó en aprendizajes («la escultura la descubrí en Italia, donde aprendí a fundir», recordó Blanco, que allí fue además de a aprender a enseñar), el país como un don en las becas que reciben.

Hubo en las palabras de estos tres escultores esa llaneza y sabiduría que sólo proporciona la edad, el que sean nonagenarios y octogenarios quienes nos hablaban para recordarnos que «el arte no tiene límites» o que «mi maestra es todavía la naturaleza». Señaladas estas coordenadas primordiales sólo nos quedaba poner rostro a esas obras que ya están en calles y en museos. En este sentido, el alcalde de la ciudad recordó que en Salamanca hay también, para turistas o paseantes, una ruta exclusivamente escultórica. A través de la escultura descubrimos además en Salamanca la literatura y la historia. Los personajes ejemplares del pasado fueron sus obras, pero también aquellos a los que los escultores le dieron forma en las suyas: Lazarillo, Celestina, el Príncipe Don Juan, Fray Luis, Maestro Salinas, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Cervantes, Churriguera, Bretón, Unamuno, Picasso, Ledesma, Carmen Martín Gaite, Sánchez Ruipérez… Esculturas de los tres artistas citados, pero también de otros. 

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    Sanabria
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