Opinión
OPINIÓN POR BEATRIZ SAN MILLÁN PÉREZ
Religión como consuelo y guía
Este fin de semana vi una película en el cine que me hizo reflexionar. La película en cuestión se titula “Prisioneros” pero no voy a hablar del argumento sino de lo que subyace en el fondo: la religión.
17/10/2013
  Preparar para imprimir  Enviar por correo
LA NARANJA MECÁNICA

La religión es un invento humano para tratar de explicar lo inexplicable. Es un sistema de creencias y valores con una base filosófica acerca de la vida. Todos tenemos una filosofía de vida y unos valores por los que nos guiamos a la hora de comportarnos y tomar decisiones. Y, también, tenemos multitud de dudas sobre cuestiones existenciales como las ya clásicas “quién soy”, “de donde vengo”, “hacia donde voy”, etc. Así es que cuando se crean las religiones se trata de dar respuesta a todas esas dudas. Es un intento de consuelo o de proporcionar una falsa ilusión de control sobre el azar o el destino, que viene a ser lo mismo.

El creer en una religión (especialmente con fervor) ayuda a sentirse seguro cuando las cosas van bien. Refuerza la “teoría del mundo justo” en la que todos reciben lo que dan y son castigados por sus malas acciones. Es decir, si uno se porta bien no le va a pasar nada malo; no tiene de qué preocuparse. De esta manera, nos sentimos seguros y tranquilos. Cuando aparecen dudas y problemas apelamos a la ayuda de ese dios porque de una forma u otra, gracias a él, vendrá la solución.

Pero tiene un doble filo. Cuando las cosas no ocurren como debería se tambalea nuestro sistema de valores. El mundo ya no es tan justo y no sabemos por qué. Se crea la indefensión en la persona porque piensa que no puede hacer nada y que sólo ese dios en el que cree puede solucionar los problemas. Esto genera una sensación de ausencia total de control que impide que la persona tome las riendas de su vida y se ponga en marcha porque “lo que tenga que ser será”. 

Cuando, finalmente, las cosas nos salen como esperaban uno se pregunta qué es lo que ha hecho mal para ser castigado e, incluso, puede echarle la culpa a su dios por no haber tomado cartas en el asunto. Ese sentimiento de culpabilidad que aparece ante la posibilidad de haber hecho algo malo, sin saber muy bien el qué, hace que la persona se censure continuamente y que piense que es una persona deplorable y que, por tanto, no merece ser respetado por nadie.

Por otro lado, cuando las cosas salen bien, no va a ser gracias a uno mismo. Será gracias a quien tiene en sus manos nuestro destino. Como consecuencia, nunca vamos a creer que somos suficientemente fuertes o válidos para enfrentarnos a la adversidad. No dejamos que se desarrolle nuestra autoestima ni nuestra autoeficacia porque todo se debe a ese ser supremo.

Además, esa sensación de tener que rendir cuentas a alguien que todo lo ve hace que vivamos en una situación de evaluación permanente. No podemos desviarnos de la norma establecida aunque no haya ninguna razón para seguirla o a pesar de que “apartarnos” sea más saludable. Los remordimientos y el miedo al rechazo harán que dudemos de la validez de ese cuestionamiento que nos hacemos y decidamos abandonarlo.

Cada uno de nosotros es libre de tener o acogerse a un sistema de valores que le defina y que le ayude en su vida pero lo que no es aconsejable es la rigidez y el inmovilismo que puede llegar a causar. Adaptarnos a las circunstancias, tomar el control de nuestra vida y aceptar la responsabilidad sobre nuestros propios actos hace que vivamos una vida mucho más plena y que nos desarrollemos como personas. Buscar nuestro bienestar respetando a quienes nos rodean puede ser una buena base para asentar este sistema de valores.

Beatriz San Millán Pérez

@PsicoBSM 

http://psicobsm.com/ 

https://www.facebook.com/Psicobsm 

Más artículos del autor:
    El apego
    El miedo
    Los celos
  Preparar para imprimir  Enviar por correo