Opinión
OPINIÓN POR JUAN GARCÍA CAMPAL
Las escritoras son las comparsas de la literatura…
¿Se habrán encendido ya los intereses malsanos, los morbos? ¿Sí? Entonces ya puedo confesar que el título pertenece a una de las frases que se grabó en mi mermada memoria hace nueve años, en uno de mis ejercicios de libertad –no regalarle el tiempo a un pedante-, un día que se me hacía humanamente insoportable seguir escuchando la voz engolada de un ponente que se daba magistral autobombo en unas jornadas de la cosa universitaria.
22/11/2013
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DEL CUADERNO CASI DIARIO

Como, por volumetría, levantarme y tomar las del café más cercano hubiese desconcentrado a algún ensimismado por la percusión y el futuro, opté por ensordecerme a su intransitivo panegírico y entregar mi presente al gozo de la lectura del salvavidas que siempre llevo por si un aquel como éste. Se trataba en aquella ocasión de “Mujeres que escriben”, una cuidada edición que en su colección “Papeles del Aula Magna” hizo la Universidad de Oviedo de la conferencia que, bajo dicho título (“Mujeres que escriben”, no el del artículo), impartió Elena Poniatowska como inaugural del programa de doctorado de Estudios de la mujer, ayer, justo, hizo diez años.

A decir verdad y despejar los puntos suspensivos del encabezamiento de toda posible especulación, Poniatowska remata(ba) la frase con …”latinoamericana”. Pero, también a decir verdad, a poco que uno dedique, o haya dedicado, algo de tiempo a contemplar, o, mejor, a no ignorar el papel de las mujeres en la literatura, o fuera de ella –excepción hecha de la intendencia hogareña; lo del descanso del guerrero, ya saben–, habrá podido constatar que el término “comparsa” (“acompañamiento / persona o entidad que ocupa un puesto secundario, sin protagonismo”, que fija el DRAE) describe acertadamente el papel asignado tradicional e históricamente a la mujer. Bueno, y también ahora. Como botón: el “Cásate y sé sumisa” y sus pringosas y despreciables bendiciones del obispo, morcilla grande, católico.  

A Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor, hija del príncipe Jean Joseph Evremond Sperry Poniatowski, descendiente de la familia del último rey de Polonia, Estanislao II Poniatowski, y de María de los Dolores (Paula) Amor de Yturbe, se le ha calificado tanto en su México adoptivo como en España como la “princesa roja” o “renegada”. Pero es, sobre todo, porque ese fue el lugar por ella escogido, al lado de los desfavorecidos, a través de sus numerosas obras; pues, desde su “Lilas Kikus” (1954) -libro que “es mágico y está lleno de olas de mar o de amor como el tornasol que sólo se encuentra, tan sólo en los ojos de los niños” en palabras de Juan Rulfo-, pasando por “La noche de Tlatelolco” (1971) –¿cómo olvidar desde, “Son muchos. Vienen a pie, vienen riendo”, hasta, “En el departamento donde estábamos escondidos había chavos comiéndose las credenciales”, donde narra junto a testimonios orales cómo fue la tragedia estudiantil del dos de octubre de 1968 en la plaza de las Tres Culturas a manos del gobierno mexicano?–, y sus numerosas obras hasta sus artículos, su periódico y periodístico posicionamiento intelectual nunca abdicó de su conciencia ética. Conciencia ética a la que con todas sus obras llama a todo ser humano, a todo hombre y, en especial, a toda mujer. De esto último, por ejemplo, bien deja constancia en el último párrafo de “Mujeres que escriben”, cuando –no me resisto a reproducírselo- dice: “Cuando las mujeres se den cuenta de que una mujer es un ser extraordinario, lleno de gracia y armonía, como un árbol, una ola de mar, entonces escribirán. Cuando sepan que una mujer lleva a todo el universo en su seno, el sol, el cielo, los campos y las ciudades; cuando acepten que tienen dentro de sí algo maravilloso y estén dispuestas a decirlo, a gritarlo, entonces abrirán las compuertas, nos darán su intimidad con la tierra, consigo mismas, sin tapujos, sin hipocresía; no temerán perder al hombre, puesto que se habrán ganado a sí mismas, y si la sociedad las rechaza es que ellas se habrán rechazado primero; entonces fluirá el agua que aún no fluye, no sólo el líquido amniótico que hace vivir al feto sino toda esa agua que proviene de fuentes desconocidas, insospechadas, la catarata se nos vendrá encima con toda su violencia, todo lo que las mujeres han guardado dentro de sí siglos de represión y también, por qué no decirlo, de indolencia”. ¡Ay, la indolencia de unas, de otros, de tantos! ¡Ay, ese mirar a otro lado cuando la injusta verdad golpea ojos y conciencia!

A Elena Poniatowska, como bien sabrán, le han dado el premio Cervantes este año. ¡Qué regalo para mí! Una razón más para esperar a que se renueve mi edad en primavera, a que se me acrecienten pasados y memorias, y poder disfrutar, así, ya menos joven, de su presencia y sus palabras, sabias sin duda, el próximo veintitrés de abril.

¡Qué cosas tiene la vida! ¡Qué azares! ¡Qué azahares!

Juanmaría García Campal

Cuaderno casi diario

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