Reportajes
REPORTAJE
La "pena" de un anticuario
Félix Álvarez, después de 55 años de un negocio que heredó de su padre, dejará a la carretera de los Cubos huérfana de un rincón donde se apila la historia
Luis V. Huerga / @luisvhuerga
02/03/2015 (12:39 horas)
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Félix está más pendiente de la calle de lo que sucede dentro de su negocio porque allí ya “ni entran clientes ni se vende nada”. Desde el umbral de la puerta observa circular los coches por la carretera de los Cubos, donde tiene su tienda, pequeña y repleta de antigüedades. “Tengo muchas cosas, pero veo que venís sin dinero, sólo venís a ver lo que tengo”, bromea cuando nos recibe.

Porque este anticuario guarda en ese lugar cientos y cientos de objetos que pertenecen a la historia, no sólo a la leonesa, algunos de ellos, incluso, heredados por su padre, que en el número 6 de esa carretera dio inicio a la actividad de anticuario que él ahora, a sus 64 años, mantiene con vida a duras penas.

En total, este negocio, que ahora se ubica un poco más adelante del sitio original, cuenta con una historia de 55 años dedicado a la compra y venta de material antiguo. Pero este será “el último año”. “Parece un destino hecho que fuera mi padre el primer anticuario y yo sea el último en cerrarlo. Las cosas vienen así y no queda otro remedio”.

Félix Álvarez pondrá en un año fin a este histórico comercio de León. 

Mucha historia, pocos metros

Aquel “vicio” de comprar y vender va expirando. Félix Álvarez muestra “pena” porque la crisis ha supuesto una barrera infranqueable para su establecimiento. Con todo, los precios de este tipo de artículos, según confiesa, han visto reducirse entre un sesenta y un setenta por ciento. “Por 12.000 euros te puedes llevar una auténtica maravilla”, contesta al ser preguntado por cuál es el objeto más caro en este lugar, que aun así es mágico.

Es difícil revolverse por la tienda de Félix sin amenazar a un jarrón antiguo de porcelana o a un candelabro con siglos de historia. Los objetos se apilan en pocos metros cuadrados y evidencian la realidad de este anticuario, la de que hace mucho tiempo que nadie se lleva algo de este lugar. Todo ello, a pesar de la calidad y de la variedad de los artículos que allí exhibe.

El Apóstol Santiago que "no come", en la tienda del anticuario. 

El Apóstol que "no come"

Nada más entrar al establecimiento, una maleta blanca de piel recibe al posible cliente. Está prácticamente intacta. Muestra en su interior varios compartimentos y en el exterior decenas de pegatinas que dan fe de las ciudades de todo el mundo en las que ha guardado equipaje. Una talla del Apóstol Santiago se impone en la parte de la derecha. “Esta es una pieza bonita. Lleva 35 años con nosotros. Es como de la familia, y encima no come”, ironiza.

Al fondo, un gran crucifijo de madera oscura, entre lámparas colgadas del techo. Al fondo, un mueble bar con parte de las 1.500 botellas que en el año 1986 le compró el empresario Ruiz Mateos a un coleccionista de Madrid, y que proceden de la mítica barra de Perico Chicote, aquel que dio de beber a las elites culturales de la posguerra. Pero que aunque Félix asegura que no tiene ninguna pieza preferida, sólo hay una ante la que se detiene.

Parte del muestrario de botellas de Perico Chicote. 

Del Selva Negra al cajón concejil

Se trata de un imponente reloj Selva Negra del año 1800, un “buen reloj en movimiento” al que todavía le funciona la maquinaria para hacer girar a los muñecos que tiene en su parte superior. El reloj, explica, tiene dentro un cilindro lleno de púas, “igual que los organillos”, que van moviendo unas teclas, produce aire y hace sonar 65 “trompetas de madrea, como el órgano de la catedral”, asegura.

Pero allí también tiene un cajón concejil, de esos de los que la tradicional leonesa tanto sabe y que se debía abrir con tres llaves para poder acceder a lo más valioso que los pueblos de esta tierra decidían conservar. Este tipo de cajones, reforzados con hierro y anclados a la pared por una estaca metálica, solían estar ubicado en lugares en los que, de alguna forma estaba restringido el acceso a personas ajenas a los intereses de los concejos.

Pero también lámparas, libros, muñecas de porcelana, varios tipos de tallas, cromos, cómics, recortes de prensa, fotografías, espejos, antifonarias. Piezas grandes, pequeñas y medianas, caras y asequibles, valiosas y aparentemente insignificantes en importancia. Pero con historia, con mucha historia, la misma que guarda Félix en esas cuatro paredes a las que dentro de un año ya no se podrá acceder.

Félix descubre el interior del reloj Selva Negra del año 1800. 

El anticuario como recurso

Tampoco quienes más han frecuentado durante estas últimas épocas su tienda. Félix Reconoce que la crisis ha llevado a muchas personas a acercase hasta él para tratar de venderle objetos que tienen en casa, con el único objetivo de conseguir un poco de dinero para sobrevivir día a día. “Es penoso. Viene mucha gente para decirte que vayas a su casa a ver lo que tienen, sólo para poder pagar la luz o el agua. Esto no va bien”, lamenta.

Con la marcha de Félix, no sólo León se queda sin anticuario. Su historia es la de continuación del agotamiento constante de los negocios que se han dedicado a cultivar los oficios tradicionales. De hecho, los restauradores, un sector muy ligado al de este anticuario, también están notando la misma situación. “Al fallar nosotros, falla todo. Es una cadena”, señala. 

Detalle de las figuras en movimiento del reloj de la tienda. 

Algunas de las tallas que el anticuario muestra en su tienda. 

Una muñeca de porcelana, recostada en un mueble antiguo. 

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