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El Valle Salado del País Vasco
Con 54.224 votos, este emplazamiento ha quedado en tercera posición entre los finalistas al Mejor Rincón 2014
El valle salado.
El valle salado.
Guía Repsol
31/08/2014 (00:07 horas)
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¿Quién dijo que Araba no tiene mar? Lo tiene bajo tierra: un antiguo mar cuya sal aflora con el agua de los manantiales en Salinas de Añana. Desde tiempos de los romanos, esa sal se ha extraído al exponer el agua al calor del sol sobre eras o terrazas de madera que, en un número aproximado de 2.000, forman un mosaico asombroso junto al pueblo.

Cocineros con Soles Repsol, como Martín Berasategui, Joan Roca, Pedro Subijana, Eneko Atxa o Andoni Luis Aduriz, utilizan esta sal en sus restaurantes y se han convertido, además, en activos embajadores de la Fundación Valle Salado de Añana. En la antiquísima arquitectura de canales, pozos, eras y almacenes de este paraje todo, hasta los clavos, son de madera, para evitar el óxido. En verano, cuando la sal queda al descubierto tras evaporarse el agua, el valle parece nevado.

Y es precisamente en verano, y debido a ese calor intenso, cuando conviene hidratarse bien. Aunque si vamos en invierno, el clima es bastante más frío y hay que ir abrigado.

Además de la sal que se produce en las salinas y se vende en el Centro de Visitantes, hay que aprovechar el viaje para hacerse con unos kilos de la finísima alubia pinta alavesa. Es tan fina que necesita poca cocción y suele acompañarse de tocino, costilla, chorizo y guindilla, aunque como mejor se aprecia su sabor es añadiéndole sólo un poco de berza.

Pobes, a siete kilómetros de Salinas de Añana, es buen lugar para descubrirlas. Un gran plan para sorprender a nuestros amigos y alardear de nuestras dotes culinarias aprendidas durante la visita.

Tampoco queda lejos el salto del Nervión, la mayor cascada de España, que se precipita desde 270 metros de altura junto al puerto de Orduña. A los niños les encantará y disfrutarán correteando por la zona.

Si vamos en pareja, sería interesante ir a comer al restaurante Bideko, en Lezama que, aunque algo lejos de las salinas, merece la pena. Para hacer la digestión y descansar del día, nada más reparador que una siesta con masaje en el balneario Aisia Orduña.

Este valle alavés es un paisaje cultural único en el mundo que nos permite ver cómo se extraía la sal de la tierra hace miles de años Y, cómo no, degustarla.

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