Opinión
OPINIÓN POR BEATRIZ SAN MILLÁN PÉREZ
Derechos Humanos, perdón y otras “nimiedades”
La Declaración Universal de los Derechos Humanos se firmó en 1948 en París. Son treinta artículos que recogen una serie de orientaciones para facilitar la convivencia entre todas las personas a nivel mundial. Es cierto que no son leyes sino que son orientaciones que los países firmantes deben cumplir pero, también, es cierto que se firmaron para contribuir a la creación de un mundo mejor para todos.
31/10/2013
  Preparar para imprimir  Enviar por correo
LA NARANJA MECÁNICA

A pesar de que tengamos la sensación de que las cosas nos van tan mal últimamente si echamos un vistazo hacia atrás nos daremos cuenta de que alguna mejoría sí que ha habido. Tan sólo con comparar las grandes atrocidades que se cometieron, especialmente, a principios y mediados del siglo XX con lo que actualmente estamos viviendo ya podemos marcar una gran diferencia.

No vivimos en el paraíso pero, al menos, podemos considerarnos personas más racionales que algunas de las que vivieron entonces. Durante todo este tiempo hemos comprendido que la vida de los hombres y de las mujeres vale lo mismo y seguimos luchando por ello. Y también, somos capaces de convivir en nuestras ciudades con personas de distintas razas, a pesar de ciertas corrientes que, a veces, aparecen para echar la culpa de nuestros males al más débil.

Lo que viene a proclamar la Declaración Universal de los Derechos Humanos es que todas las personas somos iguales. Que podemos defender nuestros derechos pero también tenemos la responsabilidad de respetar los de los demás. Y es aquí donde se produce la discordia. “¿Qué pasa cuando los demás no respetan nuestros derechos y los pisotean?”, “Deberían pagar por ello en la misma medida para que aprendan”, “No se pueden ir de rositas”.

Estas afirmaciones las estamos haciendo con nuestro lado del miedo (sobre todo, a que nos pueda pasar a nosotros), del dolor y de las emociones más fuertes y negativas que tenemos. Cosa que es totalmente comprensible. Por un lado, nuestra idea de vivir en un mundo justo se fue al garete cuando violaron nuestros Derechos Humanos. Y, por otro lado, siempre nos han ensañado que hay que reparar lo que se rompe o aprender a hacer bien lo que se hizo mal.

Esto no es malo en absoluto. Lo que sí es peligroso es actuar por impulsos que derivan de nuestras emociones. Seguro que todos hemos comprobado que cuando estamos enfadados fallamos más y parece que todo sale peor. No pensamos con claridad y cada vez que tropezamos nos enfadamos aún más. 

Eso mismo ocurre a escala global cuando exigimos que se pague con la misma moneda o algo que suponga un castigo de la intensidad más aproximada posible para que aprendan. Nadie va a aprender y lo único que se va a conseguir es que se entre en una espiral de actos que generan más emociones negativas, como el rencor y el odio, que, a su vez, exigirán por la otra parte lo mismo. Y así nos quedaríamos enganchados en una espiral infinita y cada vez peor.

“Entonces todos podremos hacer lo que nos dé la gana porque nadie nos va a decir nada”. Es necesario intentar reparar todo lo que se ha estropeado pero debemos asumir que lo que se ha perdido ya no se puede recuperar y que lo que se rompe ya no vuelve a quedar igual que estaba. Pero hacer lo mismo al culpable no va a hacer que volvamos a nuestro punto de inicio, es más, nos creará la sensación de que no es suficiente. Y nunca va a ser suficiente porque no perdonamos.

Pero para perdonar es necesario reparar. Es decir, que si alguien violó nuestros derechos nos tendría que pedir perdón de una manera directa, seria y convincente. Que se nos dé la oportunidad de escuchar las razones que tuvo y que nosotros podamos expresar ese sufrimiento que nos produjo y las consecuencias que se han derivado posteriormente.

Si creemos que estamos en posición o derecho de aplicar eso que llamamos justicia y queremos enseñar algo primero tendremos que dar ejemplo. Y el ejemplo no es repetir lo mismo que nos hicieron sino actuar de acuerdo con esa armonía que buscamos y que llamamos paz, respeto, igualdad, etc.

Sólo de esta manera podremos retomar el concepto de ser humano, tener una visión objetiva del mundo que nos rodea y aceptaremos que ese mundo no es justo por mucho que nos aferremos a esta creencia (aunque podemos dar pasos en esa dirección). Y así, es como frenaremos la constante violación de Derechos Humanos y las escaladas de violencia entre países, culturas, pueblos, familias y personas. 

Beatriz San Millán Pérez

@PsicoBSM 

http://psicobsm.com/ 

https://www.facebook.com/Psicobsm 

 

 

Más artículos del autor:
    El apego
    El miedo
    Los celos
  Preparar para imprimir  Enviar por correo