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Muhammad Ali.
La muerte silencia a Muhammad Ali
Boxeo

La muerte silencia a Muhammad Ali

Fallece a los 74 años el hombre nacido como Cassius Clay, el boxeador que transformó la sociedad norteamericana con los puños y la lengua

Javier Bragado

Sábado, 4 de junio 2016, 03:41

Relatar la vida de Muhammad Ali, fallecido este viernes, es una tarea complicada, puesto que él mismo contribuyó a edificar un mito con ladrillos auténticos y fábulas legendarias. Pero el alcance de su leyenda es tan evidente como recordar su influencia en la Guerra ... de Vietnam o en la figura de Nelson Mandela desde el púlpito que le ofreció el ring a quien se reconoció como 'El bocazas de Louisville'. Todo se debió a que Cassius Marcellus Clay fue un pionero. Aprendió la faceta del espectáculo en el deporte antes de que el deporte se percatara de sus posibilidades. Cuando en los años sesenta la publicidad no había alcanzado a los atletas creó su figura como boxeador, moldeó su aura como personaje influyente y hasta eligió su propio nombre.

Clay se abrió paso en los años sesenta, cuando la población negra trataba de igualar sus derechos en Estados Unidos. Entonces surgió desde el condado de Kentucky un joven que quería ser el rey del mundo y lo lograría. Al tiempo que se extendió su fama como luchador se popularizó su personaje bravucón y confiado. Amante de las frases ingeniosas y de las rimas, construyó su figura con su irreverencia y una lengua descarada que selló numerosas máximas creadas o prestadas para la eternidad. Su espíritu de superación traspasó los gimnasios hasta sus seguidores y hoy todavía inspira a las nuevas generaciones de un hombre desafiante que vivió siempre con la polémica.

Fue tres veces campeón de los pesos pesados y sus adversarios sólo dejaron de ser sus enemigos cuando después de sus numerosas provocaciones abandonaron el cuadrilátero. Joe Frazier, el único con el que no se reconcilió, recordaba que antes de uno de sus choques se presentó en su hotel con una pistola y con su habitual actitud alocada. "Soy joven, soy guapo, soy rápido, soy elegante y probablemente no pueda ser golpeado. He cortado árboles, he luchado contra un cocodrilo, me he peleado contra una ballena, he encerrado rayos y truenos en una prisión, incluso la semana pasada asesiné a una roca", recitó antes de un combate con su particular mezcla de confianza y fantasía cautivadora.

En el plano social, su amistad con Malcom X y su reivindicación de la raza negra como algo positivo en los Estados Unidos se unieron en el surgimiento de un héroe. Asimilado por la Nación del Islam que promulgaba la superioridad de la raza negra, el deportista se convirtió en altavoz de la organización y adquirió el nombre de Muhammad Ali en una época en la que recibió el rechazo de gran parte de la sociedad blanca. "Cambio de nombre porque Clay es un apellido de esclavo que yo no he elegido", argumentó en mitad de la tormenta. Además, su renuncia a participar en la Guerra de Vietnam le aseguró el apoyo de quienes se oponían a un despliegue que terminó siendo impopular en todas las capas de la sociedad. No obstante, a Ali le costó entonces la retirada de su título de los pesos pesados y la suspensión de su permiso para pelear durante tres años. Pero ya no se podía silenciar al rey del mundo. "Muhammad Ali se presenta como el más perturbador de todos los egos. Una vez que se adueña del escenario, jamás amaga con dar un paso atrás para ceder su lugar a los demás actores", escribió Norman Mailer. Era el rey absoluto de la puesta en escena. Derribaba a sus rivales con los puños y golpeaba a las mentes con las palabras.

No obstante, sin resultads en el ring jamás habría alcanzado el corazón de la gente. Explicaba que empezó a boxear porque después de que le robaran su bicicleta se enfureció y avisó de que quería dar puñetazos al ladrón. Entonces el policía que le atendió le sugirió que antes debía aprender a golpear y se ofreció a entrenarle. La progresión del muchacho de Lousiville fue espectacular con un oro olímpico en Roma en la categoría de pesos semipesados y con su inicio como profesional gracias a su traslado a Miami, donde mitificó el gimnasio de la calle 5. No obstante, el paso definitivo al estrellato fue su combate contra Sonny Liston, un criminal apodado Godzilla. Antes de enseñar la fuerza de sus puños Clay exhibió el azote de su lengua. Provocó a aquel tipo acostumbrado a atemorizar sólo con su presencia en el patio de la cárcel. En una ocasión se acercó a su lugar de entrenamiento con un megáfono para gritarle: "Sal de ahí viejo feo oso grande". También anticipó las piezas de teatro del pesaje cuando el día en que se subieron a la balanza armó un alboroto con su equipo para alterar a su rival. Paradójicamente, el médico del chequeo estuvo a punto de suspender el duelo porque tras medir las constantes vitales del bravucón consideró que todo era fruto del miedo y no estaba en condiciones de pelear.

El doctor se equivocó porque a pesar de las artimañas del campeón defensor Clay demotró que su personalidad y su forma de pelear caminaban de la mano. "Flotaré como una mariposa y picaré como una abeja", repetía después de haber escuchado la rima en su barbería habitual y cumplió. Corría, se burlaba del contrario con bostezos, bailaba, gritaba o incluso se inclinaba para esquivar los golpes de una manera que los expertos señalaban como perjudicial para armar sus golpes. "Yo era el Concorde del boxeo", afirmó años después Ali. Pero Clay ganó ese combate con autoridad y la posterior revancha para después de su suspensión y ya como Ali derribar a Joe Frazier delante de Fran Sinatra y Burt Lancaster en otro de sus shows contra quien sería su adversario habitual. "Debo ser el más grande, soy el rey del mundo", gritó a los presentes tras vencer a Liston y con los siguientes combates cimentó la leyenda.

El boxeo ofreció al mundo un hombre que cambiaría la forma de ver el deporte, el espectáculo, la visibilidad de la lucha de la raza negra, la defensa de la religión y una de las lenguas inolvidables para la humanidad. Pero los puños le restaron también. Tres años después de retirarse le diagnosticaron la enfermedad del Parkinson que marcó los últimos años de su vida en los que confesó que gran parte de sus provocaciones provenían de sus miedos. Los doctores le explicaron que su dolencia había sido provocada por los numerosos golpes recibidos en una carrera en que su estilo desafiante ofreció su cuerpo como saco para cansar a su adversario hasta fatigarle y entonces desplegar un contragolpe imparable. Después de aquellas victorias sería el turno para sus palabras, las únicas que sólo pudieron ser silenciadas por su fallecimiento.

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